Sean cuales hayan sido los antecedentes genéticos de cada uno de nosotros en particular, los argentinos actuamos en el marco general de una cultura latina . Por eso tendemos a ser extravertidos, conversadores. Dalmiro Sáenz dijo alguna vez que basta verle la cara a un argentino para saber cómo le va. Lo nuestro no es el silencio. De ahí que cada vez que aparece entre nosotros un personaje callado, reservado, nos llama poderosamente la atención, invitándonos a develarlo. Esto vale sobre todo en la vida política que, al decir de los italianos, es por lo pronto unespectáculo , una escenificación. Por esta razón, la trayectoria de dos protagonistas que, moviéndose a contrapelo de aquella ley común de los destinos manifiestos, se caracterizan por la discreción de sus palabras y la sobriedad de sus gestos cual si fueran un enigma envuelto en un misterio, nos atrae irresistiblemente. Uno de ellos se llama Carlos Reutemann. El otro, Daniel Scioli.
Reutemann vive detrás de una muralla de silencio. Muchos suponen que finalmente confesará que es candidato presidencial y que, cuando lo haga, su irrupción en el escenario político será como un terremoto electoral. Algunos especulan todavía con la idea de que la timidez que por ahora exhibe no es el producto de un cálculo astuto sino un rasgo constitutivo de su personalidad, que no se hace el indeciso sino que en definitiva lo es , por lo cual la sorpresa que nos prepara es un "no" definitivo y ya no provisional a la candidatura presidencial. Pero otros imaginan que, cuando llegue el tiempo apropiado, quizás en marzo próximo, Reutemann pronunciará el "sí" revolucionario que ellos esperan porque, más que la expresión de un carácter inevitablemente reservado, su indefinición actual es el producto de una deliberada estrategia que lo ha llevado a hacerse desear , evitando de paso un desgaste prematuro en un país caníbal como el nuestro para que, cuando se le presente finalmente la ocasión, decida salir a escena con la fuerza incontenible de las novedades trascendentales a costa de los numerosos candidatos autoproclamados que hoy lo rodean. Será sólo entonces, según estas tesis, que Reutemann revelará su verdadera intencionalidad.
El mensaje de Scioli
Al revés de Reutemann, en cambio, Scioli habla de continuo. Su mensaje formal , repetido hasta el cansancio, es que le es leal a Kirchner. Pero ¿es éste, acaso, su mensaje real ? ¿O lo que en verdad nos quiere decir no coincide con lo que parece decirnos? El mensaje de Kirchner es que debemos seguirlo porque él aspira a la obediencia incondicional de los argentinos. Para el ex presidente, en efecto, competir es enfrentar, ganar es someter y perder es vengarse. Pero ¿es éste, asimismo, el lenguaje de Scioli? Cabe dudarlo porque el gobernador de Buenos Aires, si bien adhiere una y otra vez a su jefe al proclamarle su lealtad, nunca emplea, como él, un lenguaje agresivo. Podría decirse en este sentido que, en tanto que la agresividad de Kirchner es un rasgo constitutivo y por ello irrenunciable de su personalidad, Scioli no es agresivo porque no aspira como él a ser temido sino a ser amado. Si Kirchner quiere intimidar a quienes no ceden a la tentación de aceptar codiciosamente sus ofertas políticas o económicas, Scioli aspira a atraer a todos, seguidores o no, con una suerte de bonhomía que hasta sus mismos adversarios le reconocen. Su verdadero mensaje, en consecuencia, es que, lejos de odiar a quienes no piensan como él, aspira a seducirlos. ¿Se quiere un estilo más opuesto al estilo de Kirchner? Es como si el gobernador quisiera advertirnos que, bajo la cubierta de una absoluta lealtad al ex presidente, esconde cada día más un espíritu disidente.
Esta contradicción entre el Scioli aparente y el Scioli real resulta cada día más clara. Lo es por lo pronto para los intendentes del Gran Buenos Aires, que aunque con un sigilo cada día menos cuidadoso han empezado a rodear a Scioli, que aventaja ampliamente en las encuestas a Kirchner, porque ya no quieren cargar, como lo hicieron en las fatídicas elecciones de 2009, con la pesada mochila de su impopularidad. Pero lo es también para el propio Kirchner, que hace unos días sometió a Scioli a una nueva humillación al reclamarle públicamente que aclare los dichos según los cuales alguien "le ata las manos" en torno del espinoso tema de la inseguridad, quizá porque ya ha empezado a verlo, más que como un fiel adherente, como un peligroso rival.
Contra esto se podría observarse que, piense lo que piense Scioli, la dependencia fiscal de su provincia respecto de la "caja" nacional aún le prohíbe todo gesto formal de independencia porque, si lo tuviera, sobre el recaería una crisis financiera fulminante. Esta objeción sigue siendo verdadera pero ya no tanto como antes, desde el momento en que las finanzas bonaerenses, gracias a un cuidadoso manejo, son menos dependientes que otrora del tesoro nacional.
Lo que vendrá
No sólo Scioli y el propio Kirchner parecen entrever un cambio radical de situación. Al declarar que, si decidiera saltar el cerco del kirchnerismo, Scioli sería bien recibido en el seno del peronismo federal, ¿no ha querido otear el propio Duhalde un futuro diferente? ¿Ha habido contactos reservados entre él y Scioli? Para Duhalde, ya convertido en un rival impiadoso de su antiguo ahijado, todo aquello que concurra a derrotarlo de aquí a un año será bienvenido. ¿Debería incluir entonces Kirchner entre sus preocupaciones no sólo el renovado desafío de Francisco de Narváez, que ya lo venció en 2009, y la disidencia cada vez menos disimulada de los intendentes del Gran Buenos Aires, sino también el desafío potencial del gobernador de Buenos Aires?
Si el ex presidente conserva aún el arma nada secreta de las finanzas bonaerenses para reducir al gobernador y a los intendentes a la unidad, Scioli tiene a su disposición otra arma potencialmente devastadora: desdoblar las elecciones del año que viene entre un comicio "nacional" y otro "provincial", como ya otros gobernadores planean hacerlo. Pero Scioli tendría que emplear esta arma devastadora lo más tarde posible para evitar que Kirchner pudiera fulminarlo a tiempo con la desfinanciación provincial.
¿Le valdría a Kirchner emplear otra arma complementaria como el despliegue de nuevas candidaturas no "sciolistas" en Buenos Aires mediante la apelación a la candidatura del inseguro Hugo Moyano como su "aliado final"? Esta suposición se debilita no bien pensamos en la aguda impopularidad que pesa sobre el secretario general de la CGT entre las clases medias, esas mismas a las que la Presidenta, que al revés de Reutemann y de Scioli no se caracteriza por la discreción de su lenguaje, acaba de descalificar en nombre de los "morochos", el nuevo nombre de los antiguos "cabecitas negras", como si esta arcaica denominación, similar a la que empleó en 2008 para descalificar a la vieja "oligarquía vacuna" que ya no existe, todavía sirviera, agraviando de paso a los vastos sectores populares que le retiraron su apoyo en 2009. Pese a sus indudables problemas actuales, ¿es todavía la Argentina la misma que hace sesenta años? Y son Narváez y Scioli además, los "dueños electorales" de la gran provincia, esos enemigos irreconciliables que imagina el ex presidente? ¿O la Argentina de hoy ya no es simplemente esa que aún suponen los setentistas, como ya lo demostró acabadamente el 28 de junio de 2009? Este categórico pronunciamiento, ¿no apunta acaso a otra Argentina más democrática, más republicana, que aquella en la que todavía sueñan los esposos Kirchner?