Desde el ángulo de mira del Gobierno, la disminución de las retenciones agropecuarias de un lado y el aumento de las jubilaciones del otro son parte de un movimiento de pinzas de la oposición cuya intención es desfinanciar al Estado recortando sus recursos y aumentando sus gastos, como un paso previo para derrotar al kirchnerismo en las próximas elecciones. Desde el ángulo de mira de la oposición, responden en cambio al deber ético de defender al campo y a los jubilados contra los excesos de un poder hegemónico. Más allá de este combate, que sube a escena en el Congreso, hay sin embargo un tema de fondo al que no habría que descuidar: el hecho de que la desaparición brusca o gradual de las retenciones apunta en dirección de un horizonte que, de concretarse, cambiaría de cuajo el modelo económico que los argentinos hemos experimentado durante los últimos sesenta años.
Desde nuestra organización constitucional en 1853, los argentinos nos hemos dado dos modelos económicos. El primero de ellos, al que sus críticos llamaron el modelo agroexportador , consistió en concentrar las energías del país en sus exportaciones agropecuarias. Fue gracias a él que la Argentina creció durante ocho décadas como ninguna otra nación en el mundo, pero también es verdad que esta prioridad estratégica, cuando tuvo que atender a una sociedad no ya de diez sino de veinte, treinta y cuarenta millones de habitantes, se fue agotando con el tiempo. Hacia los años cuarenta del siglo pasado, por eso, esta fórmula de progreso largamente exitosa dejó su lugar a un segundo modelo al que llamaríamos industrialista pero también estatista , cuya fórmula consistió en reemplazar una economía abierta y exportadora por otra en la cual el campo, en vez de abastecer al mundo, fue reorientado para proveer al consumo de las crecientes masas urbanas, un consumo que, para que la industria naciente pudiera subsistir, fue subsidiado con alimentos baratos por el propio campo.
Hoy se puede criticar el modelo industralista por las limitaciones al desarrollo que trajo consigo, pero hay que reconocer también que aquel subsidio del campo a la ciudad no estuvo mal concebido aunque fue mal ejecutado, ya que el deber del campo era financiar el segundo modelo de los argentinos, algo que habría sido factible si el Estado no hubiese derrochado fantasiosamente sus recursos. Que el campo financiara la industria en sus primeros pasos no estaba mal, aunque sí lo estuvo el componente irracional que se le fue agregando y a resultas del cual nuestro país retrocedió del séptimo lugar que ocupaba en el mundo por su producto por habitante en el primer Centenario al lugar número cincuenta y siete que ocupa en su segundo Centenario, con un porcentaje inaceptable de pobres y excluidos.
El tercer modelo
Hacia 2003, justamente cuando empezaban a mostrar sus frutos dos noticias convergentes, una, la nueva demanda de alimentos surgida del crecimiento fenomenal de China y la India, y la otra, la devaluación de Duhalde-Lavagna que alentó de nuevo a las fuerzas productivas del campo, la renaciente Argentina fue cruzada por la ideología de los Kirchner, atados por el odio a una supuesta Argentina oligárquica, que ya no existe porque ha sido reemplazada por otra Argentina, chacarera y agroindustrial, que resistió con éxito el embate a todo o nada del matrimonio gobernante, pero con un éxito que dejó al país dividido entre una realidad que anticipa sus nuevas promesas y las anteojeras de una izquierda declarativa, estatista, autoritaria y nada moderna.
Ahora que el campo, el interior y una nueva clase productiva van pidiendo paso, es posible vincularlos con una nueva visión económica en virtud de la cual la vieja antinomia entre el campo y la industria, y la nueva antinomia entre una sociedad que ya es "moderna" y un Estado aún arcaico sería superada. ¿Es factible pensar desde ahora en un tercer modelo económico que sea la síntesis de los dos que lo precedieron? Para ello sería necesario que las escaramuzas que ahora libran el Gobierno y la oposición en el Congreso, en vez de proyectarse solamente sobre la lucha por el poder que ya ha comenzado, también se asomaran a las formidables posibilidades de un país que, salvo en sus residuos ideológicos antediluvianos, ya posee en sí mismo las claves de un nuevo progreso tan largo y tan duradero, y aún más completo, que el del primer Centenario. Lo que está en juego, entonces, ya no es quién ganará y quién perderá el año que viene sino qué clase de país queremos ser.
Democracia agroindustrial
Esa tercera Argentina que podría surgir a partir del retroceso de las retenciones debería contener un doble modelo no sólo económico sino también político. En lo económico debería ser, por lo pronto,agroindustrial. ¿Cuál sería su fórmula? Para llegar a ella, quizá bastaría volver a la idea que tenía Carlos Pellegrini al comenzar el siglo XX, cuando fundó la Unión Industrial, la idea de un proteccionismo suavemente descendente . Como todas las economías modernas en su fase incipiente, la Argentina aún necesita protegerse de la competencia de las naciones industrialmente avanzadas. Lo han hecho en su momento todas las naciones que hoy están plenamente industrializadas. Pellegrini pensó que, a partir de un fuerte proteccionismo, el país podría abrirse después gradualmente, cuidadosamente, a la competencia internacional. Pero este curso exigía algo que no se logró: la estabilidad, por décadas, de las mismas políticas de Estado. Lo que hubo en vez de ella fue la vertiginosa sucesión de períodos de total clausura económica seguidos por otros períodos de brusca apertura. De haber seguido con perseverancia el curso intermedio que proponía Pellegrini, la Argentina ya sería, hoy, una madura potencia industrial.
El segundo rasgo del nuevo modelo económico debería ser integrar a los sectores de menores recursos, pero no mediante un clientelismo de cortas miras sino a través de medidas institucionales de alto impacto popular, como prometen serlo hoy, por ejemplo, la asignación universal a la niñez y el fuerte aumento de las jubilaciones para que nadie quede atrás en el reparto, a condición de que los recursos del Estado, en vez de dilapidarse como hoy a favor de los punteros políticos y los empresarios "amigos", discurrieran racionalmente a través de prolongadas políticas de Estado. El tercer rasgo constituyente del nuevo modelo económico tendría que ser, en fin, el continuo aliento al ahorro y a las inversiones acompañado por la inversión más rendidora de todas: el estímulo intenso, "sarmientino", a la educación.
A este nuevo modelo económico deberíamos acompañarlo con el cambio fundamental de nuestro modelopolítico , de modo tal que, en medio de un bipartidismo civilizado, dos grandes partidos, uno de centroizquierda alrededor del radicalismo y el otro de centro en torno del peronismo federal y el macrismo, pudieran alternarse pacíficamente en el gobierno. A este esquema estaría invitado un kirchnerismo liberado de su tentación autoritaria.
A este cambio económico y político, los países vecinos ya lo han iniciado. En ellos ya no existe el forcejeo entre la industria y el campo ni el odio entre dos facciones políticas irreconciliables. Si la Argentina llega en los próximos años a un doble modelo como el que ya tienen Chile y Uruguay, contaría al instante con el agregado de una potencia productiva formidable que ninguno de estos dos países hermanos, por sus dimensiones, podría alcanzar, hasta acortar incluso distancias con el admirable Brasil.