Por fin Néstor Kirchner y el campo coinciden en una misma situación: los dos están agotados, secos e impotentes. Sólo un aspecto los diferencia: los campesinos han aceptado la ruina, mientras Kirchner se resiste a reconocerla. Esa convergencia involuntaria no los unió, sin embargo, y es probable que los separe aún más. Kirchner ha deslizado entre íntimos la convicción de que el país vive una crisis pasajera y superficial. ¿Por qué? Misterio. ¿Cómo saldrá la Argentina de ella? Milagro. El desdén es su única respuesta.
En esos diálogos entre susurros, el ex presidente en funciones se muestra atenaceado sólo por las preocupaciones electorales. Un candidato taquillero aquí. Una obra pública allá. Nada sustancial. Las elecciones serán en octubre, y el Gobierno y los argentinos deberán atravesar antes, lo quiera Kirchner o no, las consecuencias de una imprevisible y profunda crisis económica, nacional e internacional. La Argentina resurgió de la gran crisis de principios de siglo prendida de las faldas de una opulenta economía mundial, que creció como no lo había hecho en muchas décadas. Esta vez, el mundo no estará en condiciones de salvar al país. Cada nación, por lo tanto, deberá hacer su propio esfuerzo.
La obra pública no es una metáfora. Con sus viejos reflejos de intendente (los únicos que mostró hasta ahora), Kirchner está seguro de que cualquier economía resucita con un buen plan de obras públicas. Es posible que ni siquiera le sirva para las elecciones. Aun cuando se cumplieran todos los anuncios y los plazos (lo cual sería una novedad), el movimiento económico y laboral de las obras públicas comenzará a percibirse sólo en julio, muy cerca de los comicios. Por ahora, es la construcción privada lo que se ha frenado en seco, porque nadie compra nada.
Una de las principales empresas constructoras le pidió al Gobierno que abriera créditos hipotecarios para sus eventuales compradores de viviendas. No habrá créditos hipotecarios, pero podemos abrir créditos para que se construyan edificios , respondió un alto funcionario económico. ¿Y para qué vamos a construir edificios si nadie va a comprar viviendas? , le respondió un empresario. Elemental, en un mundo al revés.
Esa distorsión no es una anécdota ni una casualidad. Una tormenta perfecta se avecina y la Argentina no tiene un referente económico confiable, como lo ha tenido siempre que debió capear una crisis. Tal ausencia tiene dos consecuencias: la sociedad no sabe quién la sacará del pantano inevitable y, por otro lado, la responsabilidad dentro del Gobierno se esparce y se atomiza.
¿Es Carlos Fernández quien debe hacer los deberes o Fernández confía en que la crisis es una cuestión de Débora Giorgi? ¿O, acaso, Fernández y Giorgi piensan que es el ministro todoterreno Julio De Vido el arquitecto de una solución para el conflicto económico? ¿No será que los tres descansan en la seguridad de que Néstor Kirchner es el único ministro de Economía en serio de la Argentina?
Kirchner todavía defiende a Guillermo Moreno ante interlocutores políticos. Lo defiende hasta que los argumentos lo callan. Su silencio es la única mala novedad para el poderoso secretario de Comercio. No hay respuestas posibles cuando las razones tienen el peso de la evidencia. Moreno dijo que resolvería la inflación y no la resolvió. Pidió meterse en el Indec y lo destruyó hasta su total irrelevancia. Su impopularidad contagia al Gobierno cada que vez que abre la boca. ¿Dónde están sus méritos? , le replicó a Kirchner uno de sus amigos. Kirchner optó por el silencio; antes lo había calificado de buen funcionario.
Moreno les prometió 15.000 toneladas de maíz a productores agropecuarios que fueron a verlo para implorarle comida para el ganado. También distribuyó algunos cheques con dinero en efectivo. El ganado se está muriendo de hambre y de sed. Es la estrategia de Moreno para dividir a los ruralistas, que no hace más que profundizar la bronca, rayana con el odio, que se percibe entre los hombres de campo.
El choque es insalvable. Hay un grave problema meteorológico, la persistente sequía, que no es culpa del Gobierno. La culpa del Gobierno consiste en que está aprovechando la desgracia para aplicar la venganza. Ha cambiado su discurso. Ya no confronta, sino que actúa la comprensión. Lo único que les dio a los campesinos fue el estado de emergencia agropecuaria, que significa que los productores podrán diferir el pago de algunos impuestos durante un año, pero con tasas de interés del 14 por ciento.
El campo ha perdido ya el 50 por ciento de la cosecha de maíz y trigo. Está en serio riesgo, cuando no perdido, entre un 30 y un 40 por ciento de la cosecha de soja. No hay maíz ni agua para la ganadería. La sequía afecta también a Brasil y Uruguay; por eso subió el precio de la soja. Kirchner no quiere ni oír hablar de la única medida que significaría un cambio sustancial: la eliminación de las retenciones, un impuesto directo y brutal, y el apoyo a las exportaciones de todos los bienes agropecuarios.
El Gobierno aceptó de hecho que no podrá pagar este año todos los vencimientos. Refinanció menos del 10 por ciento de esos compromisos. Para los Kirchner, el mayor problema, si es que hay un problema, es financiero. Pero, por el contrario, todos los datos indican que el conflicto es económico. La caída de las ventas del comercio en diciembre y enero se pareció a un derrumbe. La industria automotriz se desplomó. El turismo internacional, otro motor de la reconstrucción argentina, se está alejando, empujado por la crisis del mundo, por los altos precios locales y por la inseguridad que conquistó las calles argentinas. El campo está oprimido por la caída de los precios internacionales de las materias primas y por la meteorología. Es imposible esconder todo eso bajo la alfombra de un optimismo sin pruebas. Kirchner es optimista.
Las elecciones, a pesar de eso. Son el monotema de Kirchner. Según les contó Kirchner a algunos oyentes, y LA NACION lo reveló ayer, él ha vuelto a dialogar con Alberto Fernández y quiere tenerlo otra vez a su lado. Proyecta elecciones y candidatos. Voceros del ex ministro aclararon que Fernández no está dispuesto a volver al redil kirchnerista a cualquier precio. Trabaja ahora junto a Felipe Solá y al proyecto presidencial de éste. ¿Trabaja para el poskirchnerismo? Tal vez en noviembre habrá que pensar en un candidato presidencial que no sea Kirchner , dijeron sus voceros. No habrá ningún Kirchner en 2011. Kirchner lo intuye. Hombre de rencores largos, jamás hubiera llamado a Alberto Fernández si no sintiera que sus cosas andan mal.
Hay que reconstruir la presidencia de Cristina , le dijo Fernández a Kirchner en esos diálogos que no carecieron de tensiones y reproches mutuos. ¿Por qué la reconstrucción? Los empresarios me preguntan qué pensá s vos y quieren verte a vos. Eso no está bien, le señaló el ex hombre fuerte del kirchnerismo. ¿Tarde? Quizá. Pero es la propia Cristina la que parece sentirse cómoda sólo viviendo un universo sesentayochista , como definió al matrimonio presidencial un embajador europeo que debió pagar por eso. La Presidenta tiene un problema: el tiempo de mayo del 68 y de todos sus íconos personales y conceptuales se ha terminado. El mundo de hace seis meses ya es viejo.
En el descenso, no han mejorado ni han cambiado. Mañana, una porción importante de argentinos despertará, por primera vez en muchos años, sin la voz radial de Nelson Castro, expulsado de la radio por empresarios que crecieron exponencialmente bajo la sombra del kirchnerismo y que son, con razón, fanáticos kirchneristas. Nelson Castro es uno de los periodistas más serios y creíbles del país.
Una voz periodística que se apaga por decisión de un poder autoritario es siempre una derrota de la libertad.