Se acaban de reunir en Washington los dos hombres más poderosos del
planeta: el presidente Barack Obama, que buscará su reelección en
noviembre para seguir al frente de la Casa Blanca por cuatro años más,
y el vicepresidente chino Xi Jinping, que ha sido designado para
suceder al presidente Hu Jintao.
En tiempos de la Guerra Fría, el mundo vivió bajo el "duopolio"
soviético-norteamericano que terminó en 1991, con la disolución de la
Unión Soviética. ¿Estamos en camino hacia un nuevo "duopolio", esta
vez chino-norteamericano? La relación entre los protagonistas del
nuevo duopolio, por lo pronto, ya no es hostil como fue el viejo.
China es además un país semicapitalista, con lo cual se acerca, en lo
económico, a los Estados Unidos. Donde subsiste un abismo entre los
Estados Unidos y China es en el campo "político". Obama preside una
democracia de tipo occidental. Xi presidirá a su vez una "dictadura
del proletariado" más próxima, en su definición, a la Unión Soviética.
"Más próxima".hasta cierto punto. Las democracias de tipo occidental
son transparentes. Las "dictaduras del proletariado" nunca lo fueron.
Winston Churchill dijo alguna vez del régimen soviético que era "un
enigma envuelto en un misterio". El régimen chino también lo es, pero
en otro sentido. El enigma soviético, que se basaba sobre el secreto,
venía del pensamiento de Carlos Marx. En Occidente siempre supimos del
alemán Marx. ¿Qué sabemos en cambio del enigma chino?
La Unión Soviética primero, la Rusia de Putin después, han sido
"semioccidentales" y por eso nunca nos quedaron demasiado lejos. La
distancia que nos separa de China se mide, al contrario, en años luz.
Para entenderla no nos bastará por eso describir su régimen
"político". Habrá que bucear más abajo, en busca de una raíz cultural
que no es la nuestra.
Ya existen empero algunas exploraciones preliminares de la enigmática
China. Una es el libro de Henry Kissinger "Sobre China" (On China, The
Penguin Press, 2011; hay traducción castellana). Kissinger formula dos
advertencias fundamentales. Una, que China no debe pensarse como si
fuera un "país" a la manera de Francia o los Estados Unidos sino como
una "civilización". Los "países", en Occidente, son capítulos de un
mismo libro. China, ella, es otro libro.
La segunda advertencia de Kissinger es que China es una civilización
incomparablemente más antigua que la nuestra, ya que tuvo su apogeo
varios siglos antes que las naciones europeas y que, si ahora quiere
brillar en el primer plano, este nuevo apogeo será para ella,
simplemente, la recuperación de su ancestral superioridad. Pensar a
China como una nación subdesarrollada que recién ahora emerge al
primer plano no es pensarla como los chinos, que no viven su actual
"revolución" como algo enteramente nuevo sino como la "restauración"
de lo que habían sido.
El otro libro al que quisiera referirme es La segunda revolución
china, publicada en 2011 por el diplomático español Eugenio Bregolat,
quien ha representado a su país en China por varias décadas. En esta
obra cargada de datos, Bregolat subraya un rasgo esencial que nos
separa de los chinos: que ellos no viven como nosotros un tiempo hecho
de "siglos" sino de "milenios". Por eso es imposible determinar desde
ahora si, desde el punto de vista político, China es o no es una
"democracia". Por cierto, todavía no lo es. Pero este "todavía" podría
estirarse, según la medida china, por décadas y hasta por siglos. En
América Latina solemos pensar que algunos de nuestros países "ya son"
o "ya no son" democráticos. Este apresuramiento del diagnóstico es
impensable en China porque su historia se despereza con una lentitud
incomprensible para los latinoamericanos. En 1978, Deng, el sucesor de
Mao, precipitó a China hacia el capitalismo pero esta "precipitación",
que está lejos de haberse completado, ya lleva cerca de cuarenta años.
De aquí a un tiempo, algún nuevo Deng podrá "precipitar" a China hacia
un despertar igualmente "perezoso" de la democracia. El filósofo que
late en las entrañas de China no es Rousseau sino Confucio, que no
vivió en el siglo XVIII sino en el siglo VI antes de Cristo y cuya
plena asimilación por parte del pueblo chino, quizás, recién ha
comenzado..