Vidas paralelas: Dilma y Cristina Por Mariano Grondona | LA NACION
Política

Vidas paralelas: Dilma y Cristina Por Mariano Grondona | LA NACION


El grecorromano Plutarco, a quien debemos la creación del método comparativo en la historia, escribió en el siglo I de la era cristiana, con el título de Vidas paralelas , más de veinte biografías en las cuales estudió, agrupándolas de a dos, las vidas de grandes personajes de la Antigüedad, uno griego y otro romano. Comparó de este modo, por ejemplo, al conquistador griego Alejandro Magno con el conquistador romano Julio César y al orador griego Demóstenes con el orador romano Cicerón, poniendo de relieve aquello que estos personajes tenían en común y aquello en que se diferenciaban.

Es fuerte la tentación de trasladar el antiguo método de Plutarco al tiempo actual. ¿Se podría estudiar, en tal sentido, las "vidas paralelas" de las mujeres que hoy presiden a las dos naciones más importantes de América del Sur? ¿Qué tienen en común, en qué se diferencian, Dilma Rousseff y Cristina Kirchner?

Digamos, por lo pronto, que las acerca un sentimiento común de amistadentre las dos naciones que presiden. En los años setenta se vivió al contrario un sentimiento de "rivalidad" entre la Argentina y Brasil, sobre todo en materia nuclear, cuando tanto Buenos Aires como Brasilia se hallaban cerca de producir la bomba atómica. Pero esta perspectiva sin duda inquietante ha dejado su lugar a un horizonte de cooperación, sobre todo a partir de la creación del Mercosur en 1991. Dilma y Cristina, más que "crearlo", han "continuado" el Mercosur, manteniendo a su respecto una verdadera "política de Estado" que las excede, que nació antes de ellas y que probablemente continuará después de ellas.

Sin embargo, en este lapso de veinte años también hay que admitir que, mientras nuestra nación amiga y vecina se proyectaba hasta formar parte de los Brics (Brasil, Rusia, la India, China, Sudáfrica) que lideran el grupo de los países emergentes , las perspectivas de la Argentina retrocedían a un lugar intermedio, de modo tal que nuestras aspiraciones con Brasil comienzan a parecerse a la relación de Canadá con los Estados Unidos, y esto a condición de que nuestra desventaja cuantit ati va sea compensada con una ventaja cualitativa como la que teníamos en el pasado, una ventaja que se está desvaneciendo.

Pero hay incluso un campo "cualitativo" donde Brasil ya nos aventaja: el campo político . Es que, desde l995, Brasil se ha dado nada menos que un sistema político gracias al cual Dilma es hoy la tercera presidenta de una serie que promete continuar. En 1995, el presidente Fernando Henrique Cardoso, que venía de superar la inflación que aún sigue con nosotros, creó una secuencia institucional semejante a la norteamericana, en virtud de la cual los presidentes duran cuatro años que pueden ser otros cuatro si los reeligen pero nada más . Esta nueva regla sucesoria se aplicó con el propio Cardoso y también con Lula, su sucesor, y es altamente probable que se mantenga con Dilma, si es reelecta en 2015, hasta 2019.

En el campo político, por lo visto, el camino brasileño se ha apartado del argentino. Néstor Kirchner, que gobernó entre 2003 y 2007, le cedió el poder a Cristina en 2007, pero su súbita muerte interrumpió la que dio en llamarse "la alternancia conyugal" que ambos tenían planeada, en función de la cual se suponía que Néstor volvería en 2011, Cristina en 2015, y así sucesivamente. Con la sucesión de Cardoso, Lula y Dilma, al contrario, Brasil se convirtió en una república normal como las que habitan hoy el mundo desarrollado, donde los plazos se cumplen, en tanto que los Kirchner no pretendían fundar una república, sino unadinastía que resultó trunca por la muerte de Néstor y que ahora está abierta al desconcierto de una Cristina cuyos seguidores más empecinados la juzgan "eterna" mientras dos de cada tras argentinos se oponen a cambiar la Constitución para que pueda ser reelecta en 2015, cumpliéndose así la famosa advertencia de Ortega y Gasset cuando dijo: "Como ande oscura la cuestión de quién debe mandar, todo lo demás, hasta la íntima intimidad de cada individuo, marchará impura y torpemente". ¿Qué pasará entonces en 2015? Los brasileños lo saben. Nosotros, no. El Brasil de Dilma ha pasado a ser previsible porque cuenta con un sistema político. Nuestra Argentina es, al contrario, una naciónasistemática que aún no encuentra su camino.

Cristina y Dilma vienen de la izquierda. Mientras que la izquierda de Dilma fue sincera, la izquierda de Cristina fue retórica. A Dilma la llamaban, cuando era guerrillera en su juventud, "Juana de Arco", y pasó tres años en una prisión militar donde no escasearon las torturas hasta que, habiendo hecho las paces con la democracia, ingresó en el Partido de los Trabajadores detrás del propio Lula. El izquierdismo de Cristina no parece haber sido tan profundo, por lo cual abandonarlo no la llevó tampoco a una verdadera conversión. En tanto que, para Dilma, haber sido de izquierda corresponde a una etapa superada de su vida, para Cristina parece figurar aún en la lista de las materias pendientes, sobre todo en la elaboración de sus discursos casi cotidianos. La retórica de Cristina es constante, como si lo que más quisiera fuera escucharse a sí misma, mientras el andar de Dilma tiene que ver más con la ejecución que con la enunciación.

Hay un terreno en el que Dilma y Cristina se han ubicado en las antípodas. Se trata de su actitud frente a la corrupción. Los funcionarios sospechados de corrupción en la Argentina no han sido, por lo general, ni siquiera procesados. Así se ha creado entre nosotros la impresión de que no sólo hay numerosos casos de corrupción, sino también de impunidad , todavía más grave porque ella funciona como la garantía de que las prácticas corruptas serán respetadas. La agravante se dio plenamente en la Argentina con la actuación de jueces como el doctor Oyarbide, que liberó de culpa y cargo por la acusación de enriquecimiento ilícito al propio presidente Kirchner sin siquiera haberlo investigado.

En esta materia, el contraste entre Cristina y Dilma no puede ser más marcado. La administración del presidente Lula fue acompañada por múltiples sospechas de corrupción hasta que Dilma, una vez en el poder, lanzó una intensa campaña que ha enviado a la cárcel a los principales colaboradores de su antecesor. El Brasil de Lula fue un país cruzado por amplias sospechas de corrupción, hasta que vino Dilma. De más está decir que la sociedad brasileña ha recibido con entusiasmo su campaña. Según las últimas encuestas, la popularidad de la presidenta asciende hoy al 77 por ciento. La popularidad de nuestra presidenta oscila entre el 30 y el 35 por ciento. Si Cristina se decidiera a seguir en esta materia el camino de Dilma, ¿no treparía del mismo modo en la aprobación popular? Pero ¿cuántos de los aplaudidores que ahora la rodean se sentirían en tal caso amenazados? Si, por otra parte, el sistema político brasileño no hubiera garantizado la alternancia, ¿se cree acaso que el propio Lula se habría animado a iniciar la sangría que ahora intenta Dilma? Entre nosotros existe una suerte de resignación frente al imperio de la corrupción. Pero ella no es invencible. Inglaterra la reprimió con éxito durante las guerras napoleónicas. Italia la hizo retroceder durante las mani pulite. Ahora Dilma la combate con tanta energía que inquieta hasta a sus propios correligionarios. A la corrupción se le podría aplicar lo que también se ha dicho de la inflación: que si se la combate con todo, habrá "algo" de inflación y, si no se la combate, habrá hiperinflación. A la inversa de Cristina, Dilma acaba de mostrar que la corrupción no es invencible y que, cuando ha llegado a cierto punto, urge combatirla..




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