Casi todos los encuestadores colocan a Néstor Kirchner en las puertas de una derrota en la decisiva provincia de Buenos Aires. Así comienza, inscriptos ya los candidatos definitivos, la cuenta final de los últimos cincuenta días antes de las elecciones.
Sus encuestadores más cercanos, y otros más lejanos, han coincidido en una cifra: ahora, Kirchner sólo aventaja a Francisco de Narváez por escasos dos puntos. Sólo alguna excepción extiende ese porcentaje a cuatro. Uno de sus consultores preferidos le acaba de alcanzar la última medición: Kirchner está ganando por menos de dos puntos, dice. Poco, muy poco, para librar la batalla electoral más concluyente para el oficialismo desde que Kirchner accedió al poder.
Un sesgo importante lo aporta la tendencia de las últimas semanas. Hace veinte días, Kirchner estaba mucho mejor: su ventaja alcanzaba a los cinco puntos. Aunque todas esas diferencias, incluidas las más amplias, están dentro del margen de error de cualquier encuesta, lo cierto es que el ex presidente ha venido perdiendo votos en lugar de ganarlos. Los ha perdido sobre todo en el primer cordón del Gran Buenos Aires y en el interior rural de la provincia. La ventaja que saca en el segundo cordón, donde habita el conglomerado más numeroso y pobre del país, no le es suficiente para compensar aquellas pérdidas. Una encuestadora que trabaja para el Gobierno fue más pesimista aún: Kirchner perdería ahora por dos puntos, informó.
El virtual empate, en condiciones de conceder la victoria o la derrota a cualquiera de los dos principales competidores bonaerenses, convertirá en cruciales los aciertos y los errores de la campaña electoral que comienza. El Gobierno deberá sobrellevar, además, el rechazo del 50 por ciento de los consultados a la fórmula Kirchner-Daniel Scioli; un 29 por ciento rechaza la fórmula de De Narváez y Felipe Solá.
El problema de Kirchner es Kirchner. Ahora se sabe que su candidatura perjudica el prestigio previo de Scioli y de los intendentes. Los atrae hacia abajo, hacia sus pobres mediciones de imagen positiva o de intención de votos. Por eso, varios intendentes del segundo cordón bonaerense, el último bastión kirchnerista del país, hicieron hasta el miércoles desesperadas gestiones para zafar de las candidaturas testimoniales.
No saben, tampoco, para qué servirán sus candidaturas si ellos figurarán últimos en la boleta electoral, mucho después de Kirchner, de candidatos a diputados nacional y de candidatos a legisladores provinciales. La gente común votará antes de llegar a leer nuestros nombres , dijo uno de los más conocidos barones del conurbano.
Pero Kirchner no los obligó a ir en listas testimoniales para que hagan un aporte a las elecciones. Lo hizo para cerrarles el camino a la traición segura. Muchos de ellos ya estaban negociando con De Narváez y Solá la posibilidad de un doble juego. Ese dato es tan ilustrativo de la política del peronismo como de la debilidad electoral del ex presidente. Kirchner tiene algo de razón: la fidelidad de esos intendentes también será una conquista crucial para conservar, por lo menos, la ilusión de una módica victoria en Buenos Aires. La eventual indiferencia de ellos sellaría la suerte de Kirchner.
Esa fue la segunda notificación que Kirchner recibió de que las cosas habían cambiado dramáticamente para él. Hubo una primera advertencia y fue la necesidad de tener que poner su propio cuerpo en las elecciones bonaerenses. Kirchner ha sido presidente durante cuatro años y medio, y hombre fuerte del país durante el deslucido mandato de su esposa. Hace casi seis años que tiene un control absoluto y personal del país. Nadie tuvo tanto desde 1983.
¿Qué lo empujó a ser un simple candidato a diputado nacional por Buenos Aires? Está aislado, pero no es ciego ni sordo. Seguramente percibió el lejano bisbiseo de una derrota y, peleador como es, prefirió morir en el campo de batalla antes de que lo pescaran huyendo en su mala hora.
Por primera vez, también vislumbra entre sombras posibles bocetos de su relevo: podrían ser el creciente Carlos Reutemann, el más aceptado por el peronismo, o el propio Mauricio Macri, que labró el acuerdo clave por las listas bonaerenses del peronismo disidente. Macri serenó y acercó en las últimas horas, y en el último mes y medio, a dos hombres de carácter fuerte y difícil, como lo son De Narváez y Solá.
Kirchner conserva algunos reflejos de tácticas cortas, que hacen dudar a los encuestadores sobre sus propios pronósticos. Sacó del medio la sanguinaria polémica sobre las candidaturas testimoniales cuando alzó la postulación de Nacha Guevara. La cantante no le aportará muchos votos, tal vez ninguno, pero Kirchner pudo, así, escabullirse de entre las cuerdas donde estaba.
Montó un escándalo monumental con la gripe porcina, al extremo de provocar la airada y comprensible reacción del presidente de México, Felipe Calderón. Pero Kirchner logró su propósito: los argentinos comenzaron a comprar barbijos en lugar de repelentes para el mosquito del dengue, que está dentro de la Argentina con mucho más fuerza que la gripe de los cerdos, y se olvidaron por algunos días de los estragos de la crisis económica. Todo eso dura muy poco, pero lo suficiente como para que el ex presidente pueda fugarse de sus ratoneras.
Perdida la elección nacional en términos reales (nunca podrá vestir de fiesta las derrotas fulminantes que le asestarán en Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza), su último objetivo es una victoria importante sólo en el segundo cordón bonaerense. Si lo lograra, ¿en qué cambiaría la futura relación de fuerzas en el Congreso? En nada. Legisladores kirchneristas aseguran que el oficialismo perderá entre 20 y 25 diputados nacionales y entre 8 y 10 senadores nacionales.
Esos números no son tremendistas. Un estudio privado indica que Kirchner necesita sacar el 48 por ciento de los votos en la provincia de Buenos Aires para reponer todos los diputados propios que renueva. Está peleando ahí sólo por el 35 por ciento. Necesita sacar el 25 por ciento en Capital y su lista ronda nada más que el 5 por ciento. Necesita alcanzar el 35 por ciento en Córdoba y sus candidatos están allí igual que los de la Capital. Requiere conquistar el 28 por ciento de los votos en Santa Fe (descontados los que se fueron con Reutemann), pero la cosecha anunciada de sus seguidores es muy magra.
Kirchner arrastra también sus propias cadenas. Nada puede espantar aún más a la clase media de los centros urbanos que Hugo Moyano y Luís D´Elía. Los dos hicieron estragos en el espacio público en el corto término de una semana para apoyar a Kirchner. Hay demasiadas cosas secretas entre todos ellos. De hecho, D´Elía terminó negociando su adhesión en el edificio de la SIDE, donde se administra a los espías oficiales o se distribuyen los fondos reservados del Estado. D´Elía pagó los favores recibidos con el discurso de un racista.
La campaña está dejando desigualdades y arbitrariedades en partes iguales. Néstor Kirchner cuenta con el dinero y el aparato del Estado para hacer campaña: aviones, secretarios, medios de comunicación oficiales y custodios. Kirchner hasta se dio el lujo de una impúdica especulación, cuando mantuvo en vilo a la nación política hasta el filo mismo del vencimiento de los plazos para inscribir candidatos. Las listas son siempre difíciles de completar, pero el ex presidente pudo anunciar antes su postulación por respeto a su propia historia.
De Narváez es un hombre rico, pero no es justo que ninguna ley limite el uso de los recursos en las campañas electorales. La contienda se torna entonces demasiado desigual. Pruebas al canto: sólo De Narváez estuvo en condiciones, aunque con su propia plata, de enfrentar el inmenso aparato estatal de los Kirchner. ¿La política será en adelante sólo una pasión de ricos?
Tres jueces persiguen a De Narváez porque el teléfono de un lejano empleado suyo registró dos llamadas, hace tres años, a un investigado en el caso de la efedrina. De Narváez les dio el nombre de su empleado, pero los jueces hacen cola para citarlo a él. Nadie investigó nada, en cambio, sobre un hecho mucho más grave: un muerto a balazos entre traficantes de efedrina aportó dinero a la campaña de Cristina Kirchner.
La Justicia es, por ahora, selectiva: sólo se ocupa de los opositores. Otra cosa será cuando las elecciones hayan sucedido. Por eso, Kirchner quema las últimas balas, tratando de escapar de aquella puerta que lo conduciría hacia la derrota y el desierto.