Vamos por todo . Esa es la frase que en las últimas semanas más suele repetir Néstor Kirchner. Huele que una ráfaga distinta cambió el mal humor social de los años recientes y que, posiblemente, parte de la sociedad está más receptiva, o más indiferente, a los planteos oficiales en boga. Es cierto que la mayoría de la gente común es más optimista ahora, cuando la economía volvió a crecer y cuando las cenizas del festivo Bicentenario provocaron una marea de amables convulsiones sociales. Sin embargo, la situación personal de los Kirchner no ha mejorado mucho frente a una sociedad que nunca estuvo enamorada de ellos y que los rechazó con terquedad en los últimos dos años.
La política argentina parece haberse metido, así, en un complicado laberinto. El Gobierno debería perder, pero la oposición no debería ganar. Inmerso en esa ratonera común, el gobierno nacional cuenta con la ventaja de que ya tiene el poder. Entre tanto, la búsqueda del poder es una misión, impotente por momentos, inhábil en otros, de sus opositores. Estos están en desventaja.
El Gobierno afronta acusaciones muy graves de casos de corrupción. Una mejor situación económica, aunque frágil y vacilante, no puede compararse con el tamaño de los escándalos por deshonestidades. No obstante, las sociedades se tornan más sensibles ante los desvaríos morales sólo cuando trastabilla la economía. Y también existe, en el medio de esos contrastes, la ausencia de una propuesta opositora sólida, encarnada por unas pocas personas creíbles.
Kirchner tiene la obsesión de la conquista de la clase media, pero este segmento social no lo acompañó nunca. ¿Lo acompañará ahora, después de siete años de distancias y rabietas? Cristina Kirchner ganó en 2007 con los sectores sociales bajos y con el voto masivo del campo argentino, que no quería interrumpir una era de prosperidad. Ahora, el campo no los votaría a ninguno de los dos ni aunque bajaran las retenciones a cero , asevera un legislador oficialista que suele hacer incursiones por las fértiles praderas. Por eso, Kirchner espera seducir en su reemplazo a una mayoría de la clase media.
Muchos lo notan menos seguro cuando habla de la futura candidatura presidencial kirchnerista. En reuniones de varios, empezó a insinuar que la próxima candidatura sería otra vez de Cristina Kirchner. No se olviden de Cristina para 2011 , deslizó a sus contertulios de la conducción justicialista en su última reunión con ellos, en Tucumán. Cuando tiene un solo interlocutor, ese discurso de renuncia personal cambia radicalmente. El próximo turno es mío , lo frenó hace poco a un amigo que le había ponderado cierta mejora en la imagen pública de la Presidenta.
Néstor Kirchner se debate, en rigor, en medio de contradicciones tan íntimas como políticas. Quiere ser él quien compita el año próximo por el poder central del país. No hay dudas sobre eso. Pero, al mismo tiempo, sabe que no puede eclipsar a su esposa porque ésta no se lo permitirá y porque esa desaparición de Cristina terminará arruinando a los dos. Consecuencias inevitables cuando el poder se convierte también en el bien ganancial de un matrimonio.
Pero ¿es todo tan seguro para los Kirchner como para que ya se adviertan tales forcejeos? Hay que mirar hacia la vereda de enfrente, porque ninguna sociedad dará nunca, conscientemente al menos, un salto al vacío. ¿Qué sucede entre sus eventuales rivales? El panradicalismo decidirá hoy en la provincia de Buenos Aires cómo será en adelante. Dejemos que las cosas sucedan.
A pesar de todo, la mayor fragmentación puede observarse en el peronismo disidente. La mesa de peronistas se armó, pero se desarmó. Hoy está más lejos que hace un mes , confesó uno de sus principales dirigentes. Mauricio Macri cree, como un neomarxista, en el determinismo histórico: los dirigentes peronistas terminarán colgados de sus faldas, asegura, por imposición del clamor de sus bases. Eduardo Duhalde y Felipe Solá defienden la pureza de la raza que creó Perón: Macri no es peronista; sólo podría ser un aliado , dicen a coro. Francisco de Narváez quiere sentarse en una mesa peronista sólo si nadie se proclama de antemano candidato presidencial.
Los eventuales problemas de Macri son Carlos Reutemann y De Narváez, porque atienden la misma clientela electoral que el líder capitalino. Reutemann no es un problema: viene repitiendo entre interlocutores políticos que él ayudará a una fórmula no kirchnerista, pero que no se incluirá en la próxima oferta presidencial. De Narváez se presentará ante un juez de primera instancia, después de la feria judicial de julio, para pedir su habilitación como candidato presidencial, condición que la Constitución le niega, según su simple lectura.
De Narváez corre el serio riesgo de que la Justicia le diga que no; su carrera política, y no sólo la presidencial, podría derrumbarse ante una resolución judicial adversa. Nunca se presentará para que le digan que no , aseguran a su lado. Podría contar ya, por lo tanto, con cierta garantía anticipada. Su caso se instalará de entrada en el despacho de la jueza electoral, María Servini de Cubría. Ningún recuento de votos en la Corte Suprema de Justicia le da bien a De Narváez, pero a esa instancia llegará después de haber atravesado otras dos.
Sin genes peronistas, es cierto, Macri no puede ser desdeñado por los peronistas. Gran parte de sus votantes nacionales son simpatizantes peronistas. Por eso, el propio Macri tampoco puede aspirar a un triunfo en 2011 sin el apoyo de un sector, por lo menos, del peronismo. Deberá ser un encuentro a mitad de camino. Nadie irá a buscar a nadie , dedujo uno de los principales referentes del peronismo disidente. Macri quedó notificado.
Duhalde se sienta en la mesa peronista, pero se levanta cuando van a servir la comida. Prefiere, por ahora, comer solo. Olfatea que su candidatura puede crecer en los próximos meses. Solá hace lo propio; quiere sentarse en ese concilio cuando pueda exponer más fortaleza electoral que ahora. Acaba de labrar una estrategia común con Mario Das Neves para recorrer el país.
Todos dicen, con matices diferentes, que el peronismo disidente elaborará una fórmula común antes de fin de año. Nadie descarta tampoco recurrir a Daniel Scioli para el entramado de un proyecto nacional no kirchnerista, aunque el gobernador prefiere, por ahora, buscar la reelección en Buenos Aires.
Los tiempos de la oposición son largos, demasiado largos. Hace más de una década, en 1998, Fernando de la Rúa y Graciela Fernández Meijide ya habían acordado a estas alturas del proceso político elecciones internas para definir la candidatura aliancista. Duhalde ya era, a mediados de ese año, el candidato cantado del peronismo para las presidenciales que se harían un año después.
¿Le gusta a la sociedad un gobierno que involucra a sus espías para comprometer a un adversario, Macri en este caso, en frágiles cuestiones judiciales? ¿Recibe indiferente las noticias de los agravios y los empellones a los medios de prensa? Papel Prensa, indispensable para la libertad del periodismo, es una empresa asediada por el Gobierno y por empresarios amigos del Gobierno. Encuestas recientes señalan que los medios periodísticos siguen contando, a pesar de la intensa campaña de descalificación, con muchísima más credibilidad que el kirchnerismo.
Pero el ejemplo reciente de Colombia debería tenerse en cuenta aquí. Las simpatías previas quedaron en la puerta del cuarto oscuro cuando la sociedad se decidió a elegir un presidente. Ese viejo reflejo social, que privilegia la elección de un gobierno por encima de las emociones y los rechazos, podría, en efecto, beneficiar a Kirchner si sus opositores siguieran como hasta ahora; es decir, sin dar pruebas de que son tan hábiles como él, pero mejores que él.