Año tras año, cuando se lanza la colecta Más por Menos, el Papa le habla a la Argentina. La serie de mensajes que Benedicto XVI nos ha venido enviando con ese motivo, desde 2007, contienen notas de creciente urgencia. Nunca había llegado tan lejos el Papa como en la presente ocasión, porque esta vez afirmó que "la pobreza en la Argentina es un escándalo ". Ante esta verdadera escalada verbal, cabe preguntarse qué dirá el papa Ratzinger el próximo año si para entonces no hacemos algo, y algo importante, para reducir nuestros alarmantes índices de pobreza.
La palabra "escándalo" proviene de la voz indoeuropea skand , cuyo significado original es "saltar" o "tropezar". El escándalo ocurre cuando el caminante tropieza con una piedra que no debiera haber estado allí. Por eso se lo traduce también con las palabras "trampa" o "celada". La inesperada novedad que escandaliza resulta de algún mal ejemplo. Cuando una persona que debiera ofrecer una elevada conducta hace lo contrario, escandaliza a los que la están mirando. Tomemos por caso el comportamiento "escandaloso" del actual presidente de Paraguay, Fernando Lugo, que salió a la luz cuando estalló la noticia de que, mientras aún era obispo, había tenido clandestinamente uno o varios hijos. El escándalo hiere a los que lo contemplan con la daga del mal ejemplo. Mencionamos el caso del presidente Lugo sólo para ilustrar el concepto del escándalo y no, por cierto, para subirlo al patíbulo por la escala de la hipocresía.
¿Por qué escandaliza la Argentina? Porque, siendo una nación riquísima en recursos naturales y humanos, se ha venido llenando de pobres cada año más. Aquí podríamos apelar al concepto de "desarrollo" que nos ofreció en su momento el ilustre economista Julio Olivera. Se acostumbra medir el desarrollo económico y social de un país según sea el nivel de su producto por habitante. Esta definición es defectuosa según Olivera porque no incluye el desarrollo "potencial" de ese país. Etiopía es un país pobre por su bajísimo producto por habitante. Pero a lo mejor Etiopía, dada su ancestral pobreza, no podía dar mucho más de lo que dio. Este no es el caso de la Argentina, que en su primer centenario figuraba entre los diez países más ricos del planeta. En las últimas décadas fue descendiendo, empero, hasta llegar al lugar número sesenta y ocho que ocupa ahora, mientras que Chile, tradicionalmente "pobre", ya figura entre las treinta naciones más ricas. ¿Hemos estado entonces a la altura de nuestro "desarrollo potencial"? El desarrollo debiera medirse, de acuerdo con Olivera, no tanto por las cifras económicas y sociales que en la actualidad exhibe un país, sino por la distancia entre lo que es y lo que tendría que ser. Desde esta perspectiva se llega a la sombría conclusión de que la Argentina no es mássino menos desarrollada que la infortunada Etiopía. Este es el "escándalo" que acaba de denunciar el Papa en su último mensaje.
El espejo de la realidadTomemos ahora dos cifras incompatibles entre ellas. Según el Indec, nuestro país alberga un 15 por ciento de pobres. Según un estudio reciente de la Universidad Católica Argentina (UCA), esa cifra alcanza al 39 por ciento. ¿A quién le creeremos? La cifra "política" del 15 por ciento que exhibe el Indec le ha permitido sostener a Kirchner este fin de semana que la pobreza de los argentinos, que empezó a decrecer en 2002-2003 después de la crisis de 2001, aún sigue bajando. Pero según la UCA, la pobreza ha venido ascendiendo desde hace dos años y ahora se acerca al 40 por ciento. Si les creyéramos al Indec y a Kirchner, no habría de qué preocuparse. Es cuando le creemos a la UCA que estalla el escándalo.
A estas alturas de los acontecimientos, Kirchner debiera caer en la cuenta de que, cada vez que altera las cifras de nuestra realidad, el que más pierde finalmente es él porque se va quedando sin el capital moral de la credibilidad. Como la gente había dejado de creerle, el 28 de junio también dejó de votarlo. Pero el propio Kirchner viene de reafirmar que el Gobierno ganó las elecciones. ¿Nunca ha escuchado ese viejo refrán según el cual "la mentira tiene patas cortas"?
Inversión y distribuciónQuizás ha llegado el momento de preguntarse qué es el desarrollo económico. Cada país produce una masa de bienes y servicios. Parte de esta riqueza se la lleva el consumo. Pero queda un sobrante.Según emplee este sobrante, así le irá a un país en materia de desarrollo económico. Si loempleaeninvertir, el próximo año tendrá más sobrante. Si tiene una conciencia social, parte pero sólo parte de esa suma se encaminará hacia la distribución en beneficio de los más necesitados. Este es el sencillo mecanismo gracias al cual han avanzado los países de punta. Aquí salta a la vista, empero, el craso error económico en el que hemos caído durante las décadas de nuestra declinación y es bueno destacar también que, habiendo pensado en la distribución no ya como en un "complemento" de la inversión sino como un "sustituto" de ella, los argentinos hemos perdido de vista el tren del progreso.
Este error conceptual, que el kirchnerismo ha exagerado hasta llevarlo al absurdo, también ha afectado al no kirchnerismo en las décadas anteriores. El error de fondo reside en el uso arbitrario de la palabraredistribución porque "redistribuir" implica suponer que alguien distribuyó "antes", en su propio beneficio, y que esto es lo que hay que redistribuir. A veces, es verdad, esa "distribución" anterior provino de abusos y privilegios que es preciso rectificar. Pero otras veces se ha debido a la capacidad creativa que demostraron los innovadores. ¿A quiénes les quitó Bill Gates su fortuna? ¿Quién le distribuyó lo que ha ganado?
Max Weber llegó a la conclusión de que el avance de los países de punta se debe a dos factores concurrentes que son, de un lado, un empresariado competitivo, y, del otro, una burocracia profesional y honesta que procura ponerle un techo, aunque sin paralizarlo, en beneficio de los que están peor. Si se desconoce esta dualidad del desarrollo, se cae, en un extremo, en la concentración abusiva del capital en beneficio de una oligarquía, que es la tentación de la derecha o, en el otro, en la distribución excesiva que enerva el proceso del desarrollo y estimula la huida de los capitales, que es la tentación de la izquierda.
Por décadas, nuestros partidos políticos se han inclinado por esta última distorsión. Con los Kirchner, ella se ha entronizado con el agravante de que su retórico "redistribucionismo" no culminó en una auténtica distribución, sino en una concentración solapada en beneficio de los gobernantes y sus amigos. Pero el error "redistribucionista", que los Kirchner han exagerado en beneficio propio, no les pertenece solamente a ellos sino también a amplias capas de nuestra sociedad. Es la refutación de este error, es su superación en pos de un fértil equilibrio entre la inversión y la distribución lo que ha atraído la lluvia de inversiones que hoy se derrama sobre países latinoamericanos como Brasil, Chile, Uruguay, Perú y Colombia. No esperamos que los Kirchner se conviertan a esta visión del progreso de las naciones, pero deberíamos procurar al menos que ella se pose sobre los opositores que aún conservan una aspiración honesta al desarrollo, para que eviten a tiempo el persistente y difundido error que ha colocado a la Argentina cada vez más atrás en la larga lista de las naciones y que ha contribuido también, aunque a veces por una convicción más inocente que mal intencionada, a acercarla peligrosamente al círculo dantesco de las naciones fallidas.