Advertido por la diosa Circe, Ulises reinició la travesía del Mediterráneo hacia su amada isla de Itaca a sabiendas de que lo esperaban las tentadoras sirenas, magas de cola de pez y pechos de mujer que atraían con su irresistible canto a los navegantes para luego devorarlos. Ulises se hizo atar entonces al mástil de la nave y, mientras taponaba con cera los oídos de sus tripulantes, les ordenó que no le hicieran caso cuando él, fascinado por el canto de las sirenas, les pidiera que lo soltaran. Sus compañeros cumplieron la orden aun en medio del canto de las sirenas pese a las desgarradoras súplicas de su jefe y, una vez que todos habían pasado el peligroso trance, Ulises, de quien Homero dijo en la Odisea que era "fecundo en ardides", comprobó satisfecho que había logrado deleitarse con el canto de las sirenas y salvar su vida al mismo tiempo.
Pero los Kirchner, cuyo poder continúa siendo absoluto, no se han hecho atar a ningún mástil para resistir los peligrosos encantos de la sirena del aislacionismo que los tienta. Al contrario, en medio de una crisis financiera internacional que ya todos comparan con los terribles años treinta, los Kirchner se ufanan por haberse "desacoplado" a tiempo de la economía mundial, cuando ella gozaba de un fuerte "viento de cola", y por resguardar a la Argentina ahora que el mundo soporta un poderoso "viento de frente".
Para justificar esta conducta casi única en el concierto de las naciones, la Presidenta apela al "modelo económico" que los ha guiado a su marido y a ella desde 2003. Este modelo, que es una réplica del que implantó el Perón inicial en 1945 pero no ha sido el del Perón final que echó a los Montoneros de la Plaza ni es el de los peronistas no kirchneristas de hoy, apunta en lo esencial a que el campo, con su extraordinaria productividad, sostenga a otros sectores menos competitivos de la economía y sobre todo al Estado, que se lleva la parte del león. El modelo del Perón inicial se complementa hoy con dos "superávit gemelos" en el comercio exterior y en el presupuesto fiscal. Con el derrumbe de los precios internacionales de los alimentos que exportamos, difícilmente el primer superávit se mantenga, mientras que el segundo superávit, en la medida que se mantenga, no sirve al país sino a los Kirchner, que lo usan para someter políticamente a muchos de los gobernadores, intendentes y legisladores.
El puercoespínEl clima, hasta ayer auspicioso, ha cambiado de golpe en dirección de una feroz tormenta. Hecho bolita en su cueva, el puercoespín contempla satisfecho cómo otros animales que solían correr alegremente por el bosque, como la liebre, la están pasando mal. ¿Era preferible, entonces, la estrategia del puercoespín?
Mientras no había tormenta, empero, la liebre aprovechaba al máximo el buen tiempo que desaprovechaba el puercoespín. Este puede ufanarse ahora, pero, cuando regrese el buen tiempo, volverá a estar en desventaja. Su soberbia, su ignorancia son tan grandes, sin embargo, que no toma en cuenta los tiempos normales, cuando las que valen son la apertura y la agilidad, y se empeña en apostar a su bolita sin caer en la cuenta de que ella lo priva, después de todo, de las mejoras cosas de la vida.
Mientras teníamos viento de cola, los Kirchner trataron de encerrar a los argentinos junto a su bolita. Como a todo el mundo le iba por entonces bien, podría decirse que ellos también prosperaron a menos que se incluya en la cuenta todo lo que la Argentina dejó de aprovechar a la inversa de las "liebres" de Brasil, Chile y Uruguay, que gozaron a pleno del auge de las exportaciones y de las inversiones que ofrecía el mundo abierto y que los Kirchner rechazaron porque lo que les importa es mantener el control político y económico de una Argentina aunque sea pequeña.
La Presidenta se ha burlado del efecto jazz que ahora angustia a los Estados Unidos y a casi todo el mundo sin advertir dos cosas: que el mundo será otra vez de la liebre y no del puercoespín y que ni siquiera éste logrará salvarse ahora que la tormenta es tan grande. Males como la inflación, la pobreza y el desempleo empiezan a asomarse ahora en la cueva del puercoespín. Pero, desde su modelo "cerrado", los Kirchner creen tener su propia respuesta a este peligro inminente: las fantasías del Indec.
¿Son tan débiles?Algunos indicios deberían concentrar la atención de nuestros gobernantes. Esos Estados Unidos y ese mundo abierto que ellos desprecian, ¿son acaso tan débiles como suponen? Dos síntomas debieran por lo menos preocuparlos. El primero de ellos es que aquello que más demandan hoy los países en crisis sean las letras del Tesoro norteamericano. ¿Hasta dónde sucumbe entonces lo que la Presidenta calificó como "la burbuja del Primer Mundo"? El segundo es que, cada día más, muchos argentinos se están refugiando otra vez, como tantas veces en el pasado, en el dólar. ¿Pero cómo es que se refugian precisamente en la burbuja que sucumbe?
En 1930, cuando estalló la crisis mundial, los norteamericanos no renunciaron al sistema capitalista, pero procuraron rescatarlo mediante las reformas audaces para la coyuntura y conservadoras para el sistema del presidente Roosevelt y el economista Keynes. Fue el sistema precariamente democrático de los argentinos el que sucumbió en cambio con nuestro primer golpe de Estado en ochenta años. Este antecedente, ¿no debiera inspirarnos cierta humildad?
En las últimas semanas, la Presidenta ha proclamado desde su atril graves errores. Por ejemplo, que la soja es un "yuyito" y que el campo debiera resignar su "renta extraordinaria y sin riesgos" en beneficio del Estado. No estaría bien atribuir estos crasos errores simplemente a la ignorancia porque ignorantes, al fin y al cabo, somos todos. Pero sólo el sabio advierte la enormidad de su ignorancia. ¿No fue Sócrates quien dijo "sólo sé que no sé nada"? Ser ignorantes de casi todo es, en definitiva, nuestra condición habitual. Pero sólo desde su reconocimiento de la ignorancia el mundo avanza cada día un poco más. La ignorancia, en sí misma, no es un mal. El verdadero mal es ignorarla.
Maquiavelo solía clasificar a los gobernantes en tres categorías : los que saben, los que no saben pero saben que no saben y los que no saben pero creen que saben. Los que saben son muy pocos y esto sólo en el estrecho campo de su especialidad. Los que no saben pero saben que no saben han elegido el camino de los sabios al practicar eso que el filósofo Nicolás de Cusa llamaba "la docta ignorancia". El extremo ignorante es, en cambio, el que, obnubilado por la soberbia, decide que no ignora. La ignorancia, vista de este modo, no es un pecado de la inteligencia sino de la voluntad. El que no sabe pero sabe que no sabe se abre al trabajoso progreso de la inteligencia. El que no sabe pero sostiene que sabe, el que suma a la inevitable ignorancia la evitable soberbia, éste es el que se queda donde ésta. ¿Cómo aconsejarlo entonces? ¿Cómo convencerlo de que imite a Sócrates, a Maquiavelo, a Nicolás de Cusa? La ignorancia del que sin saber pretende saber se llama "petulancia". Pero hasta el petulante podría salvarse si reconociera un día que, altos o bajos, todos somos hombres y que la palabra "hombre" proviene del latín humus , que significa "tierra".