JOAQUÍN MORALES SOLÁ Removiendo en los submundos de la política
Política

JOAQUÍN MORALES SOLÁ Removiendo en los submundos de la política


Solo en un país muy extraño el submundo social y la marginalidad política pueden encaramarse tan rápidamente en el centro del espectáculo público. Un policía parece haber hecho inteligencia interna para Kirchner y para Macri, y los enfrentó a éstos en una guerra a todo o nada. Una líder piquetera jujeña, presuntamente armada y apañada por el gobierno kirchnerista, asomó con violenta fogosidad en el escenario de la política nacional. El juez Norberto Oyarbide, que lleva las causas más resonantes por supuesta corrupción del gobierno central, investiga a Macri en el caso del policía que espiaba, pero se olvida de Kirchner, el anterior (¿anterior?) patrón del espía serial.

El caso de Oyarbide es particularmente sensible. Allanó los ministerios de Educación y de Seguridad de la Capital, donde el policía Ciro James efectivamente prestó servicio, pero nunca se metió en las oficinas de la Policía Federal, donde también trabajó de espía, ni pidió información al juez de Misiones que inició el escándalo por las escuchas telefónicas. Anteayer, Oyarbide envió un exhorto al club Boca Juniors para reclamarle que le informara si James trabajó allí. Hablar de Boca es hablar de Macri. Según éste, James nunca trabajó en el club ni en ninguna empresa de su familia.

El gobierno macrista carga con la sospecha por no poder responder claramente a la pregunta de por qué hay tantas llamadas telefónicas entre un simple aspirante de la Policía Metropolitana y los dos jefes que ésta tuvo hasta ahora. Sólo se han dado, por el momento, enrevesadas respuestas técnicas.

El gobierno nacional se aferra a esos enigmas del macrismo. Están haciendo inteligencia interna , subrayó, rotundo, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, quien no está dispuesto a soltarle la mano a la Policía Federal en un mal momento. Están haciendo una película , denunció a su vez el ministro de Seguridad capitalino, Guillermo Montenegro. Fernández sostiene que James es un simple policía que se fue de la Federal a la Metropolitana. Montenegro cree que se trata de un "pluma", como llaman en la jerga policial a los infiltrados que toman nota de todo lo que ven.

Es cierto que la Policía Metropolitana tiene serios obstáculos instalados por el gobierno nacional para importar las armas que necesita. Equipos de inteligencia de la Policía Federal suelen fotografiar también a los aspirantes de su fuerza cuando éstos ingresan en dependencias de la nonata Policía Metropolitana. La Policía Federal no quiere, en definitiva, una fuerza que compita con ella en la Capital. Otro problema más importante surgiría si fuera el gobierno nacional el que tampoco quisiera esa nueva fuerza de seguridad.

Las escuchas telefónicas son una epidemia en la política argentina. Ya no existe la privacidad de las conversaciones. Es un hecho constatado que debilita y desfigura la democracia. Punto. No hay mucho más que agregar sobre eso. Es deplorable que se hayan intervenido los teléfonos de Sergio Burstein, el líder de los familiares del atentado a la AMIA. No importa quién lo haya hecho. Burstein pelea por esclarecer aquel crimen desde hace mucho tiempo. Pero ¿qué tiene que ver con todo eso el empresario Carlos Avila, también víctima de las escuchas telefónicas de James? ¿Por qué se habla tan poco de su caso, que comenzó en 2007, cuando Macri no había llegado todavía al gobierno capitalino?

Volvamos a Oyarbide. Algunos periodistas de la televisión llegaron antes que él al allanamiento del Ministerio de Seguridad capitalino. Su juzgado les había dado información anticipada de ese procedimiento. ¿Lo hizo sólo por la vocación de protagonismo que suelen tener algunos jueces y que, sin duda, Oyarbide tiene? ¿O, acaso, estaba sirviendo a un operativo de desgaste del macrismo? Esta última variante significaría un mal presagio sobre la ya dudosa independencia del juez. Oyarbide tiene en sus manos casi todas las grandes causas por corrupción que azotaron al kirchnerismo en los últimos meses.

Gabriela Michetti habló con el vicepresidente Julio Cobos y con el jefe del radicalismo, Gerardo Morales, para anticiparles la gravedad del conflicto. Este no es un problema de Pro; es una cuestión institucional , los alarmó. Realmente es llamativo escuchar a los protagonistas del gobierno nacional y del capitalino. Están en guerra. La pelea será hasta el final , advierten en el macrismo. ¿Contra quién? Contra Kirchner, el jefe de toda la operación , responden.

Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Aníbal Fernández y Guillermo Montenegro son funcionarios del Estado. Si ninguno de ellos es culpable de los delitos que se lanzan como proyectiles, entonces todos están en un serio problema. Hay policías que hacen escuchas telefónicas contra ciudadanos por cuenta y orden del Estado. ¿Quién los mandó? ¿Qué fines perseguían? Hay una guerra abierta dentro del Estado, pero esas preguntas elementales no las está respondiendo nadie.

Otra guerra desató Milagro Sala en Jujuy, sobre todo porque develó el poder enorme, violento y opulento que tienen algunos líderes piqueteros. Ellos fueron emergentes de la fenomenal crisis política, económica y social de 2001 y 2002. El kirchnerismo evitó la única tarea que le competía cuando el país se normalizó: desarticular y reinsertar en la sociedad a esos jefes y militantes de piquetes que ya nadie justifica. Hizo todo lo contrario: los organizó y los financió como fuerzas políticas y de choque propias.

Sala promueve el pánico en Jujuy con sus ejércitos de personas violentas o armadas, aunque (y esto también es cierto) ha hecho una eficaz tarea social en los lugares donde el Estado no está. Por eso, la figura de Sala es tan contradictoria: es denostada por la corporación política jujeña (ningún político salió en su defensa) y es defendida, al mismo tiempo, por algunos pacíficos gremialistas nacionales.

En efecto, la política jujeña se erizó tanto con ella que el senador Guillermo Jenefes, célebre hace poco por su papel en el tratamiento de la ley de medios, condicionó hace un año su voto en el Senado a que el gobierno nacional dejara de enviarle a Sala importantes recursos financieros. No logró nada.

Milagro Sala le ha hecho a la política el favor de la sinceridad: mostró la alianza de fondo entre los duros piqueteros oficialistas y Quebracho, el grupo insurgente más violento y fanático que existe. Su jefe, Fernando Esteche, se paseó con el kirchnerista Luis D´Elía y con la también kirchnerista Sala a lo largo de la semana que pasó. Esteche, docente de periodismo de la Universidad de La Plata, ha sido invitado dos veces por el gobierno de Irán, que tiene cuentas pendientes con la justicia argentina. Ninguna novedad: a Irán y a Esteche los une el odio a Israel y, aunque de manera menos explícita, al pueblo judío.

Ante esas revelaciones, el kirchnerismo apeló a su viejo recurso retórico: acusó de destituyente a la oposición. Ese riesgo es inexistente: la democracia argentina goza de buena salud, felizmente.

Pero ¿hay algo más antidemocrático que destruir las instalaciones de un Poder Legislativo? Es lo que Milagro Sala hizo en 2006 con la Legislatura de Jujuy por una decisión que no le gustó. Hay pruebas fotográficas de tales fragores. ¿Hay algo más incivilizado que patear la puerta de los despachos de los ministros? Es lo que Sala suele hacer cuando un ministro de Jujuy hace cosas que a ella no le gustan. Milagro Sala tiene derecho de veto en Jujuy.

Espionajes injustificados a ciudadanos conviven con piqueteros que destruyen y amedrentan. Clima de misterios. Tiempo perdido. ¿Qué otro país con profundos e irresueltos conflictos convertiría en epifanía política los submundos de Ciro James y de Milagro Sala?




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