La única alianza política que existe Joaquín Morales Solá
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La única alianza política que existe Joaquín Morales Solá


LA NACION

Voy a terminar por reivindicar a Néstor Kirchner . Un alto funcionario de Mauricio Macri lanzó esas palabras de estupor en una reunión de macristas fehacientes. No estaba sumándose a la operación de santificación del ex presidente, sino contrastando una época de excesivo control del poder con el momento actual, en el que predomina el desorden público tanto como el institucional. La mejor prueba de que el libre albedrío se impuso sobre la férrea disciplina de otros tiempos es que la ministra de Seguridad, Nilda Garré, se convirtió en la más punzante crítica del kirchnerismo que gobernó en los últimos años. Todos hablan y cada uno dice lo que quiere , rezonga un cristinista silencioso.

Macri estaba buscando socios peronista o radicales (o los dos al mismo tiempo) para la aventura electoral de octubre cuando se topó con un regalo kirchnerista. El gobierno nacional lo colocó alegremente en el lugar de víctima dentro de un conflicto en el que ya cada uno tiene un rol asumido, cierto o no, frente a la sociedad. La mayoría de la gente común cree que Macri se preocupa por la seguridad y que a Cristina Kirchner no la aflige mucho esa tragedia social. Podría especularse con que sólo puede dar tanto quien tiene mucho. Nadie se equivocaría, porque la Presidenta sigue, a pesar de todo, muy por encima de sus opositores en las encuestas.

¿Había necesidad de sacarle a la Capital los policías federales que hacen horas adicionales pagadas por el gobierno del distrito? Sencillamente, no. Esos policías ya están en la calle (o deberían estarlo, al menos) porque el trabajo al servicio de la administración capitalina se contabiliza como horas extras. Es decir, cumplen con su trabajo en la Federal y trabajan para el gobierno de la Capital en el tiempo asignado al supuesto descanso. ¿Lo dejarán de hacer por obra y gracia de una resolución de Garré? No. Los policías viven del trabajo adicional, porque no ganan un buen sueldo y éste está siempre arruinado por las compras en cuotas. La teoría puede ser otra, pero la realidad es una vieja devastadora de hipótesis aparentemente perfectas.

Ya no hay policías en los hospitales, escuelas y otras dependencias de la Capital. El convenio se denunció a partir del 6 de mayo, pero el gobierno nacional decidió incumplirlo desde el martes pasado. ¿Por qué? Había una deuda de la Capital, adujeron, aunque esa deuda estaba dentro del período de 60 o 90 días de atraso que hubo históricamente. El asunto es político y sólo se lo entendería si se sacara del conflicto a uno de los protagonistas. El gobierno nacional envía a la provincia de Buenos Aires, a su costo y riesgo, a miles de gendarmes. ¿Podría imaginarse una decisión fulminante que retirara a todos los gendarmes en pocas horas del territorio gobernado por Daniel Scioli? No lo haría nunca, porque ahí está un aliado.

Es cierto que Macri alardeó demasiado de su propia policía, pero se trata, por ahora, de un cuerpo módico. Casi un tercio de sus tropas (450 efectivos, repartidos en tres turnos) tiene que custodiar ahora el barrio de Villa Soldati, ocupado ilegalmente y que el gobierno nacional no desaloja, a pesar de la orden de un juez que depende directamente de la Corte Suprema de Justicia.

Un hombre joven murió en la villa 31 en la noche del martes último entre fuertes convulsiones. Ambulancias con médicos y enfermeros se negaron a entrar a ese asentamiento porque temieron por su seguridad. La ciudad ardió al día siguiente. Toda vida es insustituible y cualquier muerte injusta es ominosa. Ambas actitudes, una conducida por el miedo y la otra por la protesta ante lo irreparable, son comprensibles. Faltó la única solución posible: los médicos debieron entrar a la villa acompañados por policías decididos. El escándalo policial entre los gobiernos nacional y capitalino, que ya existía, y el temor de la propia policía destruyeron el único recurso que había. Unas 40 personas cortaron horas después la autopista Illia y transformaron a la Capital en tierra arrasada, perdida ya por sus habitantes cualquier noción de la calidad de vida. La policía miró y no hizo nada más.

Los asentamientos y las villas en la Capital proliferaron en los años recientes. El gobierno nacional nunca quiso ver ese problema más allá de entregar subsidios sin contraprestaciones, al revés de lo que sucede en Brasil o Chile; el subsidio sirve aquí muchas veces como herramienta política y electoral. La inseguridad también es una consecuencia de vidas desamparadas, que se mueven entre la penuria y la promiscuidad. Hasta los sacerdotes más comprometidos con causas sociales denunciaron públicamente la propagación de la droga en muchas villas, aunque no exclusivamente en ellas. La droga es, en rigor, un problema que abarca a todos los estamentos sociales.

Aquel trágico episodio en la villa 31 sólo pronosticó el conflicto con los médicos, que dejó anteayer sin hospitales a la Capital. Los médicos tienen miedo. Esa es la verdad. Deben convivir cotidianamente con personas con inestabilidad psicológica, con problemas de adicciones severas o peligrosamente alcoholizadas. Seis episodios de violencia afectaron a médicos o enfermeras en apenas 48 horas después de que los policías federales abandonaron los hospitales. El miedo de los médicos es razonable, pero ¿cuántas vidas pueden perderse en una megaciudad sin hospitales? La solución no es responsabilidad de los médicos, sino de los dirigentes políticos que se mezclan en combates electorales.

El gabinete de Macri cree que detrás de todo el barullo hay, en efecto, una especulación electoral por parte del gobierno nacional, pero el propio Macri disiente: El kirchnerismo cree que sus fantasías son verdaderas. Hay más de eso que de cualquier otra cosa , suele precisar. Garré le dio la razón cuando se quejó públicamente del "autogobierno" de la Policía Federal, que, dijo, permitió el auge de la corrupción policial. El kirchnerismo gobierna desde hace ocho años y su actual jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, fue el jefe directo de la policía hasta que arribó Garré, hace tres meses. ¿La culpa es de Néstor Kirchner, entonces, que no vio las supuestas ineptitudes de Fernández? ¿O es de Cristina, que siguió confiando en el jefe de Gabinete y viejo líder de la policía? Sean quienes sean, los culpables de la pésima situación policial que describió Garré están entre los jefes del kirchnerismo.

Macri se entusiasmó, de todos modos, con un plebiscito sobre la policía y la seguridad que podría realizarse el mismo día de las elecciones capitalinas. Se sumaría, así, a la dinámica electoral que el gobierno nacional le está dando al desgarrador conflicto de la inseguridad pública. Macri decidirá mañana si se hará o no el plebiscito.

El alboroto sorprendió a la política cuando la oposición comienza a moverse, aunque todavía no se sabe en qué sentido ni con qué resultado. El radicalismo se está planteando en público, por primera vez, si le conviene una alianza con Macri, con Francisco de Narváez y con Felipe Solá. Es la posición de Ernesto Sanz, que quedó solo frente a Alfonsín luego de la previsible renuncia de Julio Cobos. Sanz quiere hacer un esfuerzo todavía para convencer al radicalismo de que Macri y De Narváez son aliados eficientes para ganar y que el programa ya lo firmaron todos cuando acordaron las bases comunes elaboradas por Rodolfo Terragno. Alfonsín puede llegar hasta De Narvaéz, donde ya llegó en verdad, pero se frena en seco ante Macri. ¿Por qué? No hay respuesta. Macri espera el final de ese debate como aguarda la cercanía de un peronista con buenos antecedentes y mejor presencia. Todo se mueve y todo es impalpable al mismo tiempo.

El Gobierno hace mucho por sus opositores y éstos hacen mucho por el Gobierno. Es la única alianza política que existe, implícita, inexplicable y duradera.




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