Joaquín Morales Solá Un país entre la furia y el error
Política

Joaquín Morales Solá Un país entre la furia y el error


Néstor Kirchner aborrece a los piqueteros de izquierda, pero su problema es que tiene piqueteros amigos. La autoridad moral se desvanece entonces. Cristina Kirchner aspira hasta con sobreactuados gestos a llevarse bien con Barack Obama, pero nadie le dijo nunca cuáles son los reclamos de la actual administración norteamericana. El matrimonio presidencial dice que quiere enterrar una ley de la dictadura, la de radiodifusión vigente, pero los potenciales cerrojos que encierra su proyecto audiovisual son construcciones perfectas de ideas autoritarias. Esas discordancias permanentes están construyendo un país que bascula entre la furia y el error.

La vida en la Capital fue insufrible en la semana que terminó y nada garantiza que sea mejor en la que se inicia. Es cierto que un juez ordenó el desalojo de la empresa alimenticia Kraft, en la provincia de Buenos Aires, pero también es cierto que antes ya había amenazado con esa decisión el propio jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. La división entre los poderes es siempre difusa y confusa. Fue, hay que admitirlo, una decisión política. Desde sus tiempos en Santa Cruz, Kirchner detesta al piqueterismo que lo corre por izquierda. No lo maneja, desafía su autoridad y lo sorprende en los momentos más inoportunos.

Setenta empleados despedidos de esa empresa (muchos otros habían aceptado las condiciones de las cesantías) lograron que durante una semana el tránsito enloqueciera en la Capital. También uno de los accesos más importantes a la Capital, la ruta Panamericana, estuvo permanentemente cortado o amenazado de cortes. El propio jefe de la CGT, Hugo Moyano, y el titular del sindicato de la alimentación, Rodolfo Daer, habían tomado distancia de la rebelión. La comisión interna de la empresa está liderada por expresiones de izquierda que no responden a ellos ni al kirchnerismo. Kirchner llamó personalmente a Moyano y a Daer para que se expresaran o contuvieran el conflicto; éstos sólo pudieron hablar, pero no consiguieron cambiar el curso de los hechos.

Tampoco los piqueteros amigos pudieron hacer nada. Kirchner perdió la oportunidad de restablecer una noción del orden público cuando eligió a algunos piqueteros como fuerzas de choque propias. Las sigue cultivando. El senador radical Gerardo Morales denunció en los últimos días que el interventor del Comfer, Gabriel Mariotto, fue a su provincia, Jujuy, para entregarle una frecuencia de radio FM a una agrupación de piqueteros amigos del Gobierno.

¿Por qué los piqueteros de izquierda deberían aceptar la disciplina cuando algunos colegas oficialistas caminan sobre las alfombras del poder? ¿Por qué algunos empleados en conflicto deberían acatar la autoridad laboral si ésta es una mera formalidad desde hace mucho tiempo? Digan lo que digan, la Argentina nunca se repuso de las anormalidades de la gran crisis de principios de siglo.

Un piquetero amigo del Gobierno, Luis D´Elía, aceptó públicamente que en 2005 introdujo en el país un millón de dólares en efectivo, que traía desde Cuba para financiar la contracumbre de Mar del Plata. Los Kirchner deberán hacer mucho más para limpiar ese viejo estigma en Washington. Después de la cumbre americana de Mar del Plata, ningún presidente norteamericano, ni Bush ni Obama, aceptaron una reunión bilateral con Néstor ni con Cristina Kirchner. Alfonsín, Menem, De la Rúa y el propio Kirchner, antes de aquella desastrosa cumbre, fueron recibidos por los presidentes norteamericanos en la Casa Blanca y en las Naciones Unidas.

Los esfuerzos de la diplomacia argentina para subrayar los encuentros protocolares o los diálogos de ocasión entre Obama y Cristina, en el marco de reuniones multilaterales, sólo resaltan la importancia de lo ausente. La presidenta argentina es la única mandataria americana que integra el G-20 y que nunca tuvo una reunión a solas con Obama. Los otros tres (los mandatarios de Canadá, Brasil y México) fueron recibidos en visitas oficiales en Washington, interesados como están los norteamericanos para que exista en esas reuniones una posición americana común.

Ustedes creen que actuaron contra un presidente norteamericano y nosotros creemos que actuaron contra los Estados Unidos . La frase corresponde a un importante funcionario de Obama, decisivo en cuestiones latinoamericanas, y se refería a lo que el kirchnerismo hizo en la cumbre marplatense delante de Bush. Un empinado diplomático argentino lo escuchó, pero no transmitió el mensaje a Buenos Aires porque temió ser despedido en el acto.

El mismo funcionario norteamericano reclamó que en la cumbre de Trinidad y Tobago, la primera de la era Obama en abril último, la Argentina no repitiera la experiencia de Mar del Plata, que estuvo inspirada por la impronta de Hugo Chávez más que por los intereses nacionales argentinos. No hubo caso. Cristina Kirchner habló durante 45 minutos en Trinidad y Tobago de las supuestas bondades de la reunión de Mar del Plata delante de Obama. Fue una melodía para Chávez, que estaba ahí, y una decepción para Obama, que también estaba.

¿Por qué entonces Cristina se desespera por tener una buena relación con Obama si no está dispuesta a deshacer los desbarajustes de su marido? Ni siquiera necesitaría hacer alianzas automáticas con los Estados Unidos; el Washington de Obama no le pide eso. De hecho, Lula habla por teléfono con Obama una vez al mes, por lo menos, y el presidente brasileño no es un hombre dócil con Washington ni con todos sus intereses. Sólo es confiable en lo que verdaderamente importa.

Nada es confiable ni serio en la Argentina de estos días. Mariotto mostró en el Senado que no está a la altura de un proyecto que eventualmente regulará la relación del poder con los medios audiovisuales. El bloque radical lo arrinconó sin salida con simples preguntas de sentido común. ¿Sabía Mariotto que su proyecto de ley tumbaba de hecho los recientes decretos de Cristina sobre la elección de la norma digital japonesa y la creación del sistema satelital de televisión pública?, le preguntó el radical Ernesto Sanz. Mariotto no sabía que una ley es superior a un decreto.

Mariotto es una creación del secretario de Medios, José Albistur, pero el jefe del Comfer hizo luego su propia carrera diciéndoles a los Kirchner lo que ellos quieren escuchar. El matrimonio presidencial está buscando la forma de presionar al senador peronista Guillermo Jenefes, convertido en un obstáculo serio para la aprobación rápida y total del proyecto. Sin la firma de Jenefes no habría dictamen de la Comisión de Presupuesto y Hacienda para habilitar el debate en el plenario del Senado. Jenefes ya anticipó que no firmará ese dictamen si no se le introducen varios cambios al proyecto. Los cambios son inexorables hasta ahora.

Juristas peronistas les anticiparon a sus senadores que la única manera de respetar los derechos adquiridos consiste en que los cambios de las reglas del juego se vayan aplicando en la medida que caduquen las licencias actuales de radio y televisión. Pero ese sería un golpe al corazón del proyecto kirchnerista, que quiere desguazar en el corto plazo de un año todo lo que existe.

Otros senadores empiezan a hurgar en los artículos de la libertad amenazada. ¿Por qué el Gobierno debería conocer previamente los contenidos de los medios? ¿Por qué en manos del Gobierno, un régimen de sanciones absolutamente discrecional y arbitrario, tan malo como el de la dictadura? ¿Por qué el Poder Ejecutivo nacional se haría cargo de licencias, de sanciones y de cancelaciones de licencias en las ciudades de más de 500.000 habitantes? ¿De qué serviría, en tal caso, un órgano de control democrático, si es que lo hubiera? ¿De qué serviría, en efecto, si los que mandan han sido capturados por un mundo que se mece entre la furia y el error?




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