El matrimonio Kirchner es rehén de sus ideologías y hasta de sus viejos prejuicios. Nacieron y crecieron en la vida política con la idea de que existe un imperio maligno y todopoderoso con sede en Washington. Trataron de cambiar en algún momento, pero la historia que sobrellevan terminó siendo siempre más fuerte que cualquier otra intención.
En ese contexto, tanto Néstor como Cristina Kirchner eligieron otra clase de alianzas internacionales, aunque la más sólida de todas ha sido, sin duda, la que trabaron con Hugo Chávez en Venezuela. Cristina Kirchner intentó en los últimos días un acercamiento más estrecho con el pujante Brasil de Lula, quizá para moderar aquella imagen de una intensa pasión política por el chavismo. Brasil es, en efecto, un buen socio en el mundo de hoy, pero la historia se impuso otra vez y de nuevo los Kirchner ataron su suerte al pirómano líder venezolano.
Una pregunta resulta inevitable: ¿están expresando los Kirchner a la mayoría de la sociedad argentina cuando aparecen en un arco de coincidencias con Chávez y con Evo Morales? Sin duda que no. Quizá sólo el azar convirtió a Cristina Kirchner en una aliada contemporánea de aquellos dos presidentes que echaron a los embajadores norteamericanos de sus países el mismo día en que ella se despachó contra Washington. El diablo se esconde en los detalles, pero los detalles no llegan a las grandes capitales del mundo. Cristina, Chávez y Evo quedaron en un mismo lote de presidentes impetuosos e imprevisibles. El gobierno argentino perdió el tiempo, además, en esconder sus descréditos creando escándalos innecesarios mientras la vecina Bolivia se hunde en la eventual tragedia de una guerra civil.
También es cierto que el dramatismo de las decisiones de Chávez y de Evo eclipsó de algún modo la paranoica e inútil retórica del gobierno kirchnerista. No hubo aquí una reacción tan mala como la de diciembre , se limitó a describir una fuente norteamericana desde Washington. Aludía a los efectos washingtonianos del discurso que Cristina Kirchner le dedicó a Bush pocos días después de asumir. Ahora hubo un comunicado malo, pero comunicado al fin.
Después de aquellos pugilatos de diciembre, comenzaron gestiones diplomáticas para reconstruir la relación. El propio Departamento de Estado consiguió que cuatro venezolanos se declararan culpables y evitaran, de ese modo, el sonoro juicio que vendría. Pero un venezolano, tal vez el más inocente de todos, se negó a declararse culpable. Shannon le avisó también entonces al gobierno argentino que esa resistencia de un solo hombre provocaría el juicio y las consecuencias de los últimos días. Así fue.
Los diplomáticos norteamericanos no pueden ir más allá: los fiscales son independientes en los Estados Unidos y ellos han llevado investigaciones que involucraron hasta presidentes en ejercicio. Shannon y el gobierno argentino habían acordado encerrar el caso en el fiscal de Miami y en Antonini Wilson. Ninguna pregunta de la fiscalía, incluso, trató de indagar aún más sobre la participación de los argentinos en el caso de la valija. El Gobierno debería haber centrado su respuesta, según esos acuerdos no explícitos, en la acción del fiscal y en Antonini Wilson.
Pero los Kirchner incumplieron esos acuerdos cuando deslizaron una acción de Washington contra la administración argentina y anunciaron un deterioro inevitable de la relación bilateral. Reaccionaron, en rigor, como si las aseveraciones de los acusados en Miami fueran palabras oficiales del gobierno de Bush. Fue, en verdad, una manera de ocultar las distracciones de la justicia argentina. Nunca hubo noticias de que hubiera existido en el gobierno argentino un comprometido interés por la extradición de Antonini Wilson.
Tan vacía de repreguntas estuvo la acción del fiscal que no averiguó a quién se refería un testigo venezolano que habló de un viceministro de Justicia argentino al que vio en Caracas; ese cargo no existe en la Argentina. Sectores del gobierno local señalan que pudo tratarse de abogados con cargos importantes en el Ministerio de Planificación o en Enarsa, la empresa petrolera que creó Kirchner y que rentó el avión que trajo a Buenos Aires a Antonini Wilson y a su valija. El avión rentado por el gobierno argentino, colmado de funcionarios exiguos y de secretarias pletóricas, es otra carga para la moral del gobierno kirchnerista. ¿Así se hacían siempre las cosas?
Si hubo abogados del gobierno argentino en Caracas, si la reacción de los últimos días ignoró el sentido de las proporciones y si se incumplieron los acuerdos políticos y reservados con Washington, la única conclusión posible es que existen demasiadas cosas para esconder en la sinuosa relación de los Kirchner con Chávez. Hay un canciller especial para Venezuela, Julio De Vido, y había un embajador para las cosas del dinero ante Chávez, el ahora defenestrado Claudio Uberti. Las propias características del caudillo de Caracas, un autócrata que gobierna como se manda en un cuartel, obligaban a profundizar la formalidad de esa relación. Obligaban si había, desde ya, buenas intenciones y explicables estrategias de política exterior.
La política en la Argentina es a veces una nostalgia. Sin política exterior y sin definiciones económicas sustanciales, nadie puede sorprenderse del derrumbe de los títulos argentinos y del crecimiento vertiginoso del riesgo país. El anuncio del pago de la deuda al Club de París fue un gesto espasmódico que careció de las condiciones indispensables. Sin una propuesta paralela a los bonistas todavía en default no habrá acceso de la Argentina a los mercados financieros. Y si al mismo tiempo no se producen drásticos cambios en el destruido Indec no habrá inversiones nuevas en el país. La economía no se resuelve a golpe de pataletas.
El poder excesivo termina siempre en la falta de poder. Kirchner solía domesticar la inflación retando a los dueños de los supermercados. Ahora hay inflación y a los retos se los lleva el viento. Antes, Kirchner levantaba huelgas en tensas conversaciones con Hugo Moyano. Ahora hay huelgas y nadie las levanta. Antes, los legisladores oficialistas eran invisibles por el desenfreno de la sumisión. Ahora, las últimas tres leyes importantes que el Gobierno mandó al Congreso (la de las retenciones agropecuarias, la de Aerolíneas Argentinas y la de la movilidad de las jubilaciones) fueron rechazadas o directamente destripadas.
Antes, los aliados radicales del kirchnerismo habían sido relegados y olvidados; ellos callaban. Ahora, Julio Cobos le exigió al Gobierno una investigación seria sobre la valija de Antonini Wilson. Esa endiablada valija está comprometiendo las relaciones exteriores y amenaza con desatar otro conflicto institucional en el país.