LA NACION
En los últimos días de la campaña, los principales referentes de Unión Pro, Mauricio Macri y Francisco de Narváez, dejaron al descubierto un importante disenso entre ellos. A Macri se le había preguntado si privatizaría de nuevo Aerolíneas Argentinas y las AFJP que Kirchner venía de estatizar. Macri contestó que las privatizaría, aunque mediante un método claramente diferente del que había utilizado Carlos Menem. Cuando se le preguntó lo mismo a De Narváez, sorprendió al contestar que, en su opinión, las empresas de servicios públicos deberían estar en manos del Estado. Pese a que el principal candidato a diputado nacional de Unión Pro en la provincia de Buenos Aires se refirió concretamente a empresas de servicios sobre las cuales no se lo había interrogado a Macri, como Edesur, Edenor, Metrogas e YPF, la inesperada distancia ideológica entre ambos quedó marcada cuando se advirtió que, en tanto que Macri mantenía su inclinación "privatista" en esta delicada materia, De Narváez dejaba relucir cierta inclinación "estatista" que hasta ese momento los observadores no habían detectado.
Cuando revistas internacionales como The Economis t hablan del peronismo, distinguen dentro de él un ala izquierda , la de Kirchner, y un ala derecha, la de Macri-De Narváez, reflejando así una percepción habitual entre nosotros. Pero esta vez, mientras que Macri mantuvo su posición, no ocurrió lo mismo con su principal aliado. Lo que queda por explicar, entonces, no es la continuidad del pensamiento de Macri, sino la aparente discontinuidad del pensamiento de De Narváez.
Una explicación a la mano es que el candidato de Unión Pro intentó acercarse a otros candidatos peronistas que lo acompañan en su lista, como Claudia Rucci, quien acababa de pronunciarse en el mismo sentido. ¿Habría que juzgar entonces los dichos de De Narváez como una fugaz excursión "táctica", no "estratégica", en medio del calor de una intensa campaña en la cual disputa palmo a palmo nada menos que el primer lugar en su provincia frente a Kirchner? Otro argumento coadyuvante ha sido emitido por quienes conjeturan que, ante la proscripción que acaba de sufrir Luis Patti, y siendo su frustrada candidatura de origen peronista, a los asesores de De Narváez les pareció oportuno atraer los votos que Patti, obligado, dejaría vacantes. Pero estas observaciones dejan sin contestar una pregunta: ¿cuántos corderos es legítimo sacrificar en el altar de la táctica?
Su majestad el marketingDesignado con un anglicismo, el marketing, que podría traducirse al castellano como "mercadotecnia", es una disciplina relativamente reciente que hoy influye cada día más en el viejo arte de la política al aplicar la técnica que habitualmente se utiliza para vender productos en el mercado. Viniendo como viene del mundo empresario, De Narváez ha debido su vertiginoso ascenso en las encuestas no sólo a su intenso aprendizaje del arte político, sino también a la aplicación sistemática del marketing en la campaña que hoy lo tiene como protagonista. ¿Ha sido entonces su súbito giro ideológico desde la derecha hacia más cerca de la izquierda peronista una consecuencia del marketing?
Tendríamos que aceptar por lo pronto la legitimidad del marketing político como una nueva manifestación del arte político que no tiene, en sí, nada de malo. "Nada de malo", entiéndase, dentro de ciertos límites. ¿Dónde residen estos límites? En una distinción precisa entre los principios y las conveniencias . Las conveniencias, el pragmatismo, tienen un ancho y legítimo campo en la acción política. Desconocerlo sería caer en un utopismo. Pero, si cruzan la frontera que las separa de los principios, las conveniencias debilitan la identidad, la credibilidad, de quienes acuden a ellas.
Para decirlo de otro modo: mientras los principios marcan los fines de la acción política, el marketing es sólo uno de sus medios. Se atribuye erradamente a Maquiavelo la frase según la cual "el fin justifica los medios", cuando el florentino en realidad quiso decir algo bien distinto: que "quien quiere el fin, quiere los medios". Lo que significa esta frase, a la inversa de la anterior, es que si se sabe de entrada que un fin requerirá medios inadmisibles, el actor político rectamente inspirado debe pensar dos veces antes de emplearlos. Estar "rectamente inspirado" significa, desde Aristóteles, buscar el bien común antes que el bien particular. Hay un "mal" que podría empañar entonces la brillante carrera política que hasta ahora ha desarrollado De Narváez, confiriéndoles algo más de su hasta ahora dudosa credibilidad a las críticas que le ha disparado el Acuerdo Cívico y Social al afirmar que no hay dos peronismos, uno de derecha y otro de izquierda, sino uno solo en el cual, al fin de cuentas, sus dos alas ideológicas terminarán por coincidir.
Sin "políticas de Estado"Pero también podría argüirse en defensa de De Narváez que, cuando dijo lo que dijo, se introdujo en un embrollo ideológico del cual ninguna de las fuerzas políticas que actúan en nuestro medio ha logrado zafarse. Este embrollo consiste en que ninguna de ellas ha conseguido definir con precisión el rol del Estado. Cuando Menem asumió, los servicios públicos en manos del Estado habían colapsado. Gracias a él, ahora tenemos otra vez luz y teléfonos. Al privatizar como lo hizo, sin embargo, Menem, además de eximir a los nuevos titulares privados de los servicios públicos de la ley auténticamente "liberal" de una severa competencia, al acordarles un monopolio sin el debido control del Estado, abrió el campo a las críticas que sirvieron para deslegitimar su acción y habilitar una condición que Kirchner aprovecharía después para generar el abusivo intervencionismo de los Echegaray y los Moreno.
¿Adónde iremos a partir de ahora? Si la política de Kirchner fracasó por desalentar las inversiones bien encaminadas que ahora nos faltan, ¿será otra vez la nuestra, como ha ocurrido desde la reiniciación de la democracia, esa marcha en zigzag que han sabido evitar países vecinos como Brasil, Chile y Uruguay en su exitosa marcha al desarrollo? Es que estos vecinos han tenido durante décadas políticas de Estado.Llamamos "políticas de Estado" , en este sentido, a aquellas estrategias que, cualquiera que sea la índole de sus diversos gobiernos, un país mantiene en el largo plazo.
Pero nosotros hemos carecido de este beneficio porque no hemos tenido "políticas de Estado", sinopolíticas de g obierno. Alfonsín, Menem, Kirchner tuvieron cada uno la suya. Las políticas de Estado provienen, empero, de la conjunción de las voluntades de todos los gobiernos en pos de una meta común, que atraviesa con éxito las variaciones del tiempo. Cada uno de nuestros gobiernos, al lanzar sus planes, pretendió que ellos se convirtieran en políticas de Estado, pero haciendo gala de un voluntarismo solitario que cesaría al mismo tiempo que ellos. Las políticas de Estado nacieron, en cambio, allí donde se las definió como una coincidencia entre todos los partidos en dirección del largo plazo. A esta definición correspondieron entre nosotros el Acuerdo de San Nicolás y, entre los españoles, los Pactos de la Moncloa. Ellas prosiguen ahora de la mano de quienes las fundaron, ya cerca de nosotros, en Brasil, Chile y Uruguay. Mientras no surja entre nosotros un acuerdo interpartidario de similar alcance, no debe asombrarnos que nuestros actores políticos, con De Narváez incluido, sigan perplejos de cara al porvenir de los argentinos.