MARIANO GRONDONA El día en que todos nombraron al "Innombrable"
Política

MARIANO GRONDONA El día en que todos nombraron al "Innombrable"


LA NACION

El miércoles último parecía destinado a ser el día en el cual la oposición tomaría el control del Senado del mismo modo como el 3 de diciembre de 2009 había tomado el control de la Cámara de Diputados. Pero no resultó así. El miércoles último fue, al contrario, el día de Carlos Menem. Mientras el ex presidente jugaba al golf en La Rioja, en efecto, por su inesperada ausencia la oposición quedó en el Senado a un voto de la mágica cifra de los 37 votos que necesita para asegurar su mayoría contra los 35 votos que aún responden a Kirchner. No bien se supo que la oposición sólo vencía al oficialismo por 36 votos contra 35 y no por 37 a 35 como se había presumido, el jefe del bloque de senadores kirchneristas, Miguel Angel Pichetto, quebrando al parecer una promesa que había ofrecido a cambio de la reelección del senador José Pampuro como presidente provisional del Senado (y segundo después del vicepresidente Julio Cobos en la línea de la sucesión presidencial), ordenó a los suyos retirarse de la sesión y dejó a los perplejos antikirchneristas sin quórum propio.

Se tejieron de inmediato diversas conjeturas sobre el "faltazo" de Menem. Algunos, los más suspicaces, imaginaron que había "arreglado" su imprevisto ausentismo contra la promesa de Kirchner de remover las causas judiciales que aún pesan sobre él. Otros, quizá demasiado ingenuos, suponían que sólo algún inconveniente logístico, que será fácil de corregir el próximo miércoles, había impedido transitoriamente el viaje de Menem a Buenos Aires. Finalmente, una tercera hipótesis comenzó a tomar cuerpo: que Menem estaba ofendido, pero no ya con Kirchner, a quien considera irrecuperable, sino con sus compañeros de bancada del "peronismo federal", mientras el ex presidente se encerraba en un enigmático mutismo que en las últimas horas parecía inclinarse hacia un voto contra el Gobierno.

La hipótesis sobre el supuesto "arreglo" con Kirchner y la consiguiente "traición" de Menem poseen poco asidero si se tiene en cuenta que el desempate de Cobos en la madrugada del 17 de julio de 2008, cuando cayó en el Senado la famosa resolución 125 mediante la cual el kirchnerismo pretendió en vano el despojo al campo, no habría sido posible sin el voto de Menem, que, para concretarlo, había desafiado la neumonía que en ese tiempo lo aquejaba. Tampoco la hipótesis del "arreglo" se sostiene ante un Poder Judicial que está recobrando gradualmente su independencia, aunque en un postrer intento el kirchnerismo apostaría a lograr el inmediato arresto de Menem para que no pueda votar en el senado el próximo miércoles. Si dejamos de lado la explicación pueril de un supuesto inconveniente técnico debido a la lluvia, todavía nos queda por analizar, como causa posible del enredo, el enojo de Menem con sus compañeros de bancada.

La autoestima de Menem

Durante diez años, de 1989 a 1999, Menem fue presidente elegido y reelegido por los argentinos. Parece ecuánime recoger en tal sentido muchas de las críticas que recibió por su polémica gestión, pero no parece razonable tenerlo en cambio por un mero oportunista sin desconocer los rasgos más salientes de su carácter, entre los cuales cuenta su altísima autoestima. Ya en la famosa madrugada de julio de 2008 que venimos de recordar, al votar contra Kirchner pese a una seria enfermedad, Menem demostró ante propios y extraños su acendrado antikirchnerismo. Pero ¿qué pasó después de la presidencia de Menem? Que los que venían del menemismo se dividieron entre dos actitudes: en el lugar más bajo de la escala de valores, están aquellos, como el propio Pichetto, que se pasaron sin más del menemismo al kirchnerismo por razones que, para ser benévolos, llamaríamos "pragmáticas", y, en un lugar más discreto, están aquellos que, sin abandonar del todo su pasado menemista, abrieron las puertas a una suerte de "menemismo vergonzante". Desde este momento, la bancada del peronismo federal siguió aceptando el apoyo "externo" del ex presidente, pero sin concederle la participación relevante a la que éste creía tener derecho.

Su razonamiento parecía ser, en tal sentido, que Menem, en virtud de su oposición frontal al kirchnerismo, siempre apoyaría a sus compañeros de bancada, aunque no recibiera de ellos más que un discretísimo acompañamiento. Esta es la hipótesis que el miércoles último se quebró. El "golf político" de Menem vino a recordarles a sus aliados presuntamente "vergonzantes" que, para repetir el famoso verso atribuido a Zorrilla, aquel a quien todos daban por muerto "goza de buena salud". El mensaje que Menem acaba de enviarles a sus compañeros de bancada es que, para seguir acompañándolos, necesita pruebas fehacientes, si no de su fervorosa adhesión, al menos de su invariable respeto. Del miércoles pasado al próximo miércoles podremos apreciar en qué medida este mensaje ha sido aceptado.

Angeles y demonios

Como acaba de mostrarlo anteayer Santiago Kovadloff en LA NACION, el maniqueísmo -esto es, la división del mundo entre los "buenos", es decir "nosotros", y los malos", es decir, "ellos"- ha sido una constante argentina. Esta hendidura entre los "buenos" y los "malos" cavó el abismo entre unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, y montoneros y militares, que una y otra vez frustró la reconciliación de los argentinos. Según Kovadloff, Kirchner, a quien no considera auténtico sino oportunista, se montó hábilmente sobre este antiguo vicio argentino para apoderarse del noble ideal de los derechos humanos y para alentar también la demonización de la década menemista. Pero la demonización del menemismo no fue exclusiva del kirchnerismo, ya que fue acompañada por casi todo el espectro político hasta afectar al fin a los propios aliados de Menem en el Senado.

Habría que preguntarse de dónde proviene esta antigua vocación por la enemistad política que hoy caracteriza al kirchnerismo y que sus opositores buscan exorcizar ahora después de las decisivas elecciones del 28 de junio, en las que el pueblo ha dado un fuerte indicio, producto de un largo aprendizaje, en dirección del espíritu de una auténtica república. ¿Será necesario subrayar, en este sentido, que en nuestra historia no ha habido ángeles y demonios, sino simplemente hombres y mujeres plagados de errores pero también habitados por el idealismo? ¿Cómo haremos en todo caso para derrotar, a partir del 28 de junio, este vicio ancestral del encono entre los argentinos, que aún demora el advenimiento de nuestra grandeza?

Reconociendo, por lo pronto, que también es posible reconstruir nuestra memoria colectiva para darle a cada etapa sus méritos al lado de sus defectos, y asumiendo a partir de aquí que cada etapa dejó, aparte de sus errores, las bases de su superación. Por tomar un solo caso: admitiendo, por ejemplo, que el propio Rosas, que fue sin duda un dictador, aseguró pese a ello la unidad territorial que les permitiría a Alberdi y Urquiza organizarnos como esa república progresista y estable que fuimos desde 1853 hasta 1930. Los mismos juicios matizados podrían emitirse en torno de figuras tan controvertidas como Yrigoyen, Justo y Perón, y asimismo en torno de la incipiente república que supimos establecer a partir de 1983 y que hoy se mantiene en pie, abierta a la posibilidad del consenso al que tantas veces nos hemos negado. Tampoco podríamos excluir a Menem de este salvador recuento. Nos guste o no, incluso él es parte de nuestra historia, y la grandeza que aún se nos demora consistirá en alojarlo, junto con aquellos otros nombres, en la atribulada lista de la argentinidad.




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