En el curso de una entrevista que publicó LA NACION el miércoles último, el escritor Guillermo Martínez sostuvo que "ha surgido un nuevo gorilismo en la era de los K, que consiste en rechazar todo lo que hace este gobierno por considerarlo contaminado y sospechoso. Se trata de un odio irracional, que no se toma el trabajo de analizar cada medida en particular ni de comparar honestamente a esta administración con las anteriores". Martínez confiesa que empezó apoyando a los Kirchner, pero que éstos, después, lo desilusionaron. Ya no es entonces un "ciudadano K", pero tampoco quiere pasar al extremo opuesto para no caer en el "gorilismo anti-K" que denuncia. Lo que propone, en cambio, es juzgar al Gobierno desde un ángulo "racional", aceptando algunas cosas y censurando otras, en demanda de una posición intermedia entre el kirchnerismo absoluto de quienes rodean a la pareja presidencial y el antikirchnerismo absoluto del que estarían aquejados aquellos a quienes él llama "los nuevos gorilas anti-K". Al descalificar a los "nuevos" gorilas, Martínez rememora en cierto modo a los opositores que suscitó Perón entre 1945 y 1955, a quienes sus partidarios de entonces llamaron, precisamente, gorilas . Habría por ello, según esta interpretación, dos clases de gorilas: los "viejos" y los "nuevos". En tanto que los primeros florecieron en los años cincuenta, los segundos estarían floreciendo en los años dos mil.
Podríamos ensayar un juicio crítico del propio Martínez a partir de la ideología marxista a la cual adscribe en la entrevista mencionada, pero quizá fuera más constructivo detenernos en la crítica del anti- kirchnerismo que él nos propone. Vale la pena recordar, en este sentido, que los dos "hombres fuertes" que tuvo la Argentina antes de Kirchner -Rosas y Perón- suscitaron intensos sentimientos de condena. Pero hubo una diferencia. Mientras que los "antirrosistas", pese a su repudio a Rosas, tuvieron tiempo para proyectar "otra" Argentina en su reemplazo (que nacería con la Constitución de 1853, dándonos a partir de ella un largo ciclo de estabilidad política y desarrollo económico que sólo interrumpiría ochenta años más tarde el golpe de 1930), los "antiperonistas" de los años cincuenta, cuya aversión a Perón fue casi tan intensa como la de los opositores a Rosas, no consiguieron imaginar como éstos otro país . Lo cual explica que Perón volviera con gloria en 1973, diez y ocho años después de su derrocamiento, algo que no pudo soñar siquiera Rosas después de Caseros. Y fue así como, en tanto el "antirrosismo" logró transformarse en posr osismo gracias a su nuevo proyecto, el antiperonismo no pudo repetir su hazaña al siglo siguiente. Si éstos fueron los dos caminos divergentes que tomaron los opositores a Rosas y a Perón en el pasado, ¿cuál será el futuro de los opositores a Kirchner?
Más allá del odio
Si el odio a Kirchner es, según Martínez, la pasión que les impide a sus opositores ejercer la racionalidad, ¿ella bloqueó acaso la racionalidad de los Alberdi y los Sarmiento, de los Urquiza y los Mitre, que pese a su animadversión a Rosas fueron capaces de imaginar el nuevo país que iba a superarlo? Puestos a comparar el éxito del posrosismo con el fracaso del antiperonismo, quizás el factor decisivo que los separa no sea el exceso del odio que ambos albergaron sino el defecto de imaginación que, sin afectar al posrosismo, enervó al antiperonismo. Quizá no haya habido en nuestra historia un odio más intenso como el que caracterizó a los exiliados contra Rosas -recordemos los versos de José Mármol: ni el polvo de tus huesos la América tendrá- pero, pese a él, pudieron ofrecerle un nuevo punto de partida a la nación.
Martínez menciona como una prueba del odio que hoy suscita Kirchner la esperanza no confesada pero real que muchos sintieron cuando debió ser operado de la carótida. El odio es siempre condenable, pero también hay que preguntarse si los propios Kirchner, con sus gestos y sus palabras agresivas, no han sido una de las causas de que este malsano sentimiento se difundiera. ¿Dónde nace entonces el odio actual entre tantos argentinos? ¿Del odio a los Kirchner" o del odio de los Kirchner? Para tomar dos ejemplos recientes: cuando Mauricio Macri le dijo a la Presidenta después del almuerzo que compartieron en la Casa Rosada, para ser amable, que "estaba por convertirse al kirchnerismo", ésta le respondió secamente: "No lo aceptaríamos". ¿Por qué tenía que contradecir así a su invitado? ¿Es que no puede con su genio? ¿Es "racional" que haya caracterizado al vicepresidente Cobos como "el croupier " del Senado? ¿De dónde viene el permanente enojo de los Kirchner? ¿Cuán lejos, en la historia de sus vidas, hay que rastrearlo?
Pero lo que importa señalar aquí es que la clave del éxito del antikirchnerismo no sería pasar simplemente a un manso "no kirchnerismo" como el que propone Martínez sino formular en conjunto un proyecto nacional englobante como fueron el Acuerdo de San Nicolás o los Pactos de la Moncloa, capaz de ofrecer un futuro atractivo a los argentinos. Ortega y Gasset definió a la nación como "un "proyecto sugestivo de vida en común". ¿Lo tienen acaso los opositores? Sería bueno, por supuesto, que tanto los gobernantes como los opositores trataran de despojarse de la negra pasión del odio, aunque también sería difícil generar una conversión espiritual de esta envergadura en una nación como la nuestra, a la que ha cruzado una y otra vez, por los más diversos motivos, esa tempestad emocional que convierte al "adversario" en "enemigo". Nuestra clave reside, en todo caso, más allá del odio. Odiadores o no, los antirrosistas se convirtieron en posrosistas cuando concibieron un nuevo "proyecto sugestivo de vida en común". Los argentinos, que ya se pronunciaron "contra" los Kirchner en 2009, quizás están esperando 2011 para pronunciarse "a favor" del proyecto destinado a superarlos.
La opción
Según Martínez, el odio a los Kirchner que él registra es "irracional". Aceptemos su premisa. ¿Qué sería "racional" entonces? ¿Lo sería acaso, como él sugiere, aceptar algunas cosas de los Kirchner mientras se rechazan otras, como si ellos no fueran más que una de las tantas alternativas electorales equivalentes que se les ofrecerán a los argentinos el año próximo?
Aceptar esta otra premisa implicaría suponer que Kirchner es un candidato presidencial "normal" como los demás. La "normalidad" de sus adversarios consiste en que ninguno de ellos ha renegado del espíritu democrático y republicano de nuestra Constitución. Los Kirchner, ¿se ajustan por su parte a esta elemental descripción?
Si empezamos por consignar que la "elección" de Cristina Kirchner en 2007 no fue tal sino una verdadera "reelección" de la pareja políticamente indisoluble que ella forma con su marido, ¿no deberíamos concluir desde ahora que el nuevo período presidencial que ambos pretenden a partir de 2011 sería, si lo consiguen,ese tercer período consecutivo de gobierno que prohíbe expresamente nuestra Constitución? Cuando Alvaro Uribe intentó hacer lo mismo en Colombia, la Suprema Corte de su país se lo prohibió. Nuestra Corte Suprema, ¿se atrevería a hacer lo mismo? Si advirtiéramos además la absoluta concentración del poder que han ejercido los Kirchner, ¿quién podría garantizarnos que buscan consolidar una república democrática y no completar un despotismo sin término, a la manera de Chávez? Este temor, ¿sólo resulta del "odio irracional" que condena Martínez o constituye, al contrario, una expresión enteramente "racional"?