Mariano Grondona Matar al mensajero, ¿más que un crimen es una torpeza?
Política

Mariano Grondona Matar al mensajero, ¿más que un crimen es una torpeza?


LA NACION

En 1804, poco antes de ser coronado emperador, Napoleón ordenó fusilar por conspiración al joven duque de Enghien, un miembro encumbrado de la dinastía de los Borbones, sin ninguna prueba valedera en su contra. El crimen tuvo tal repercusión que ensombreció la imagen del naciente imperio tanto en Francia como en Europa hasta que Talleyrand, el ministro que dominó la diplomacia francesa antes y después de Napoleón, lo definió para la historia al decir que "más que un crimen fue una torpeza".

No sabemos aún si la serie de atentados que nuestro pequeño emperador ha desatado primero contra los medios audiovisuales y ahora contra los medios gráficos de comunicación será definida eventualmente como un crimen contra la libertad de prensa por nuestra tímida Justicia, que ahora tiene la oportunidad de demostrar que no es meramente un conjunto de jueces, sino un verdadero "poder" a la altura del que describe nuestra Constitución, pero quizás haya argumentos de peso para considerarla desde ahora una posible torpeza comparable a aquella a la que aludía Talleyrand, entendiéndose por "torpe" a todo aquel que, según nuestro diccionario, es "tardo en comprender".

En el origen de toda torpeza late un error de percepción acerca de la realidad. Todavía sorprendido por su derrota electoral del 28 de junio y temeroso de que pueda sucederla otra aún más grave, definitiva, en 2011, Kirchner ha concluido que la causa de ella fue la disposición hostil de los medios privados de comunicación durante la campaña.

Naturalmente, si ésta fuera una descripción correcta de la realidad, sería explicable que nuestro pequeño emperador supusiera que bastará el control estatal de esos medios para revertir en 2011 la derrota de 2009. Si Kirchner fuera un gobernante de inspiración democrática, aun así podría admitir que ese control sería inconstitucional, pero ya nadie espera que lo inhiban escrúpulos de esta índole. Si su diagnóstico sobre la "enfermedad" que lo golpeó en junio fuera certero y si no lo inhibieran barreras jurídicas o morales, entonces sería lógico que la emprendiera desde ahora contra la prensa independiente. Sólo queda indagar entonces si la acción contra el periodismo libre que ha iniciado este gobernante huérfano de principios es justificable en sí misma, como una acción práctica que lo llevará al fin buscado, o si terminará por revelar torpeza incluso en el terreno del puro pragmatismo político, ya no a la luz de la elevada mira de un Aristóteles, sino ante la lupa desprejuiciada de un Maquiavelo.

De Aristóteles a Maquiavelo

Si ya sabemos que Aristóteles, para quien la ética y la política iban unidas, condenaría hoy a operadores políticos como Kirchner, todavía nos falta determinar si Maquiavelo y hasta el propio Talleyrand, que separaban categóricamente ambas disciplinas, los aprobarían o los desaprobarían. Para llegar a una conclusión en este punto, tendríamos que ventilar primero la pregunta sobre cuál fue la causa real de la derrota de junio. Kirchner piensa que fue la concertada animadversión de los medios. Pero los medios, que nadie pretende aquí que sean infalibles, ¿actúan acaso como los miembros secretamente conectados de una vasta logia? Cada mañana, cuando inician sus tareas, ¿se consultan acaso los grandes y los pequeños responsables de nuestros medios de comunicación para concertar lo que van a decir y lo que van a omitir? ¿Qué los guía, la coincidencia o la competencia? Su empeño, ¿es reflejar un pensamiento único o incrementar la legión de sus televidentes, oyentes y lectores, naturalmente a costa de algún rival? Si un kirchnerista experto en el arte del espionaje que se expande entre nosotros pudiera volverse invisible para inmiscuirse en las reuniones de redactores, conductores y productores que pueblan el espacio de los que elaboran las noticias y los comentarios de cada día, ¿descubriría al fin la trama de un secreto monopolio o comprobaría al contrario una diversidad casi infinita de inclinaciones? ¿Cuál es el fondo de nuestro paisaje periodístico? ¿Un espejo unitario o un juego múltiple de espejos? Lo que procura cada uno de nuestros periodistas, ¿es "pegarse" a algún otro o reflejar mejor que él la íntima intención del pueblo?

Hay errores, por supuesto, en nuestra tarea cotidiana de periodistas. ¿Cómo podrían corregirlos en todo caso el oyente o el lector? Mediante la comparación de un mensaje con otros. Es decir, mediante el pluralismo. La verdad absoluta nadie la posee. Pero la mejor cura conocida del error o del engaño no es otra que la competencia. Si hubiera un solo medio, sería grande la tentación de imponerlo sin que ningún otro medio lo contradijera. Esta es la meta del totalitarismo. Pero la garantía que requiere el consumidor de las noticias y las opiniones no es sólo la diversidad de las miradas que atrae cada situación, sino también la heterogeneidad de las personalidades que habitan el periodismo, un oficio expuesto como el que más al "ego" quizás excesivo de cada cual. El que todavía suponga que el periodismo es inmune a este diagnóstico es que nunca se ha sentado en una redacción. A quienes ejercemos este noble oficio se nos pueden imputar muchos defectos salvo uno: la uniformidad.

El error capital

El error de la campaña contra los medios libres que ha emprendido Néstor Kirchner no consiste sólo en suponer que ellos actuaron en concierto para determinar el resultado del 28 de junio sino en algo más profundo: creer que, así como actuaron en concierto en una dirección, la acción compulsiva del Gobierno podría obligarlos a actuar concertadamente en dirección opuesta. Como la libertad de pensar, escribir y hablar es, en definitiva, anárquica, no puede ser uniformada por ningún monopolio, sea público o privado. Pero ¿por qué, se nos dirá, hubo en efecto una expresión predominante en los medios en dirección de la derrota kirchnerista del 28 de junio? ¿No será porque, anárquicos y hasta egoístas como somos los periodistas, cada uno de nosotros terminó por expresar a su manera lo que sentían nuestros lectores, nuestros oyentes, nuestros televidentes? ¿No será que la realidad es contraria a la que supone Kirchner, porque, en vez de determinar la opinión de la gente, lo que hicieron los medios fue expresar, cada cual a su manera, el sentir profundo de sus consumidores?

Si ésta es la hipótesis más adecuada sobre lo que pasó, ¿no será entonces que la única manera como Kirchner podría atraer nuevamente a la gente sería no ya cambiar a los medios, sino cambiar él mismo hasta que los medios reflejaran este cambio en sus contactos cotidianos con la ciudadanía? Pero si Kirchner no acepta este diagnóstico, si sigue creyendo que su tarea no es adaptarse a lo que piensa la gente a través de los medios, sino dominar a los medios para que anuncien lo que no piensa la gente, ¿no advertirá que el pueblo, que ya le empezó a bajar el pulgar en junio no sólo a través de la multiplicidad de los medios, sino a través del contundente pronunciamiento de las urnas, irá empeorando la imagen que tiene de él hasta que ella se vuelva irrecuperable? Kirchner obtuvo en junio el 26 por ciento de los votos. Hoy, las encuestas lo están "condenando" con un 80 por ciento de opiniones negativas. Y si llegara a sojuzgar a la mayoría de los medios, ¿no se da cuenta de que, aun cuando, después de su desesperada ofensiva, quedaran en el país unos pocos medios independientes, sería a esa espléndida minoría que se volcaría la mayoría del pueblo hasta que, ya desaprobado por el "moral" Aristóteles, también fuera aplazado por el "inmoral" Maquiavelo?





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