La devaluación democrática ha tenido en los últimos días otros síntomas alarmantes. El diálogo fue abolido por los representantes del Gobierno. Quienes iban a ser condenados a la guillotina, los diarios, no pudieron ejercer su derecho a la defensa. La propia oposición se vio seriamente condicionada en su posibilidad de expresarse.Otros temas, como el presupuesto (la principal ley para el funcionamiento del Estado), los límites a la propiedad extranjera de la tierra o la brutal modificación de la ley que reglamenta el trabajo de los peones rurales, fueron despachados mediante un arrogante trámite exprés.
Una de las principales obligaciones que impone la democracia es el respeto a las minorías. Pero ese dogma es de imposible comprensión por un gobierno que se ha refugiado entre los duros. El ministro de Economía real, en los hechos, es Guillermo Moreno. Un hombre, Juan Manuel Abal Medina, dispuesto a seguir la moderación o la intolerancia con igual convicción, se ha hecho cargo de la Jefatura de Gabinete. Carlos Kunkel, Carlos "Cuto" Moreno, Diana Conti o Marcelo Fuentes son las personas que manejan en realidad el Congreso.
Un dejo de resentimiento, un reflejo siempre vengativo y mucho rencor acumulado guían los pasos de esos legisladores. Cristina Kirchner ha depositado gran parte del poder fáctico del Estado en manos del ala más fanática del kirchnerismo. La Presidenta se encontrará algún día con un conflicto: la historia registra que el fanatismo y los ultras han sido siempre minoritarios en las sociedades democráticas. Han sido, más bien, la causa infalible del fracaso de la política y de las naciones.
Un amplio y riguroso reglamento dictado por dos poderes del Estado para una sola empresa, cuyo producto, el papel para diarios, no falta en el mercado. ¿Qué es eso si no una persecución? El Estado (o el Gobierno, más precisamente) metido en la producción y comercialización de la producción nacional de papel y con amplias facultades para decidir sobre su importación, actualmente sin restricciones y sin aranceles. ¿Qué es esa obsesión sino el presagio de un control sobre lo que se escribirá más que sobre el mercado del papel?
Una increíble condena a un plan de inversión para pagar, según dice el proyecto, falsas acusaciones de delitos de lesa humanidad, que ningún juez probó nunca. ¿Qué es ese barroquismo sino el uso de la noble causa de los derechos humanos para saldar pobres pleitos actuales? Un Congreso que ignora que un artículo explícito y diáfano de la Constitución, el 32, le prohíbe dictar medidas contra la libertad de prensa. ¿Qué es eso sino la victoria de una decisión autoritaria sobre la letra y el espíritu de las instituciones?
Una nube de versiones falsas está tapando el centro de la cuestión. Diarios del interior apoyaban el proyecto oficial, decían los oficialistas. La asociación que agrupa a esos diarios, ADIRA, se pronunció rotundamente en contra del manotazo a un bien imprescindible de la prensa libre. No podía ser de otro modo. Sólo los diarios militantemente oficialistas apoyan el proyecto oficialista.
La Presidenta dijo el viernes que "el Estado generó la primera fábrica de papel para diarios". El Estado promovió, pero no generó nada. Los diarios que tienen actualmente la propiedad mayoritaria de la empresa debieron invertir 200 millones de dólares de la época (casi 700 millones de dólares actuales) para poner en funcionamiento la fábrica de Papel Prensa.
El primer fondo para la construcción de esa planta, antes de que se hicieran cargo sus actuales dueños, fue aportado por todos los diarios del país, no sólo por LA NACION y Clarín. El Estado nunca invirtió nada en Papel Prensa. Estamos hablando de los años 70. Cristina Kirchner le reconoció a la dictadura méritos que nunca tuvo. El rencor puede encontrar inesperados aliados.
Sectores de la oposición aprovecharon también el momento para liquidar antiguos resentimientos con la prensa. La política y el periodismo estarán siempre, y forzosamente, encerrados en un clima de tensión. El discurso de Ricardo Alfonsín provocó más nostalgias de su padre, que sabía distinguir con claridad entre la anécdota y las condiciones sustanciales de la democracia. Felipe Solá traspapeló sus recientes discursos republicanos. Mauricio Macri y Hermes Binner (a quienes la mitología política considera los únicos que quedaron con vida después del 23 de octubre) aportaron el silencio, que es el peor aporte cuando los valores más esenciales están irremediablemente heridos. La vida pública exige responsabilidades que van más allá de las comodidades personales o políticas.
La venganza kirchnerista con el periodismo fue ya explícita cuando una comisión del Senado aprobó el proyecto la misma noche que éste había sido sancionado por Diputados. No había ningún apuro más que el de ofrecerle a la Presidenta el regalo de la extrema disciplina. ¿Fue malo? No. La evidencia irrefutable es mejor que el disimulo. ¿De qué serviría el maquillaje de la amabilidad y la cortesía si, en última instancia, el proyecto se aprobará tal como lo quiso la jefa del kirchnerismo? Ya que el agravio a la libertad es un desastre, que lo sea hasta el fondo.
Hugo Moyano es víctima también del diálogo proscripto. El jefe cegetista se ha convertido, con todo, en el único límite real y práctico con el que tropezó Cristina Kirchner desde su victoria. El propio Moyano no sabe por qué lo desterraron después de que el kirchnerismo lo tuviera como el aliado más importante durante ocho años. Moyano fue un engranaje fundamental en la construcción de poder del kirchnerismo.
Sin embargo, en ese caso también la Presidenta tropezará con un enorme conflicto: el peronismo tradicional, joven o viejo, se quedará con Moyano si le dan a elegir entre el jefe de los camioneros o La Cámpora. La corriente camporista está asumiendo formas violentas (incluso contra el inexplicable Daniel Scioli) que sólo son posibles bajo la protección del poder.
La decisión de Moyano de desafiar al cristinismo, de enfrentar a La Cámpora y de renunciar al Partido Justicialista por considerarlo una estructura vacía, ha conmocionado al peronismo. El peronismo siente que desde la CGT están tocando su melodía. Es el mismo combate ideológico de siempre entre la ortodoxia y la izquierda, que el peronismo no superó nunca, aunque esta vez sea sólo una caricatura. Néstor Kirchner solía juntar en un mismo acto a La Cámpora y a la juventud sindical que responde a Moyano. Cristina Kirchner no hará eso; ella cree que tiene por delante la culminación de una revolución inconclusa. ¿Revolución de quién? Parece que la iniciada por su esposo, aunque su marido fue una mezcla de reformador y de pragmático, muy alejado de las revoluciones.
Es probable que el Gobierno esté muy preocupado por el nivel de los aumentos salariales del próximo año, después del tarifazo, de los impuestazos de Scioli y de Macri y del consecuente reacomodamiento de los precios. La solución, en tal caso, consistía en dialogar con Moyano, que comprendió esos problemas muchas veces en los últimos años. Pero ¿cómo llegar a esa instancia cuando se ha impuesto el mesianismo sobre la reflexión o cuando se prefiere mandar antes que convencer?
Hace pocos días se conocieron fotografías de presos políticos torturados y asesinados por la dictadura. Eran crímenes que se sabían por la letra escrita, pero que cobran una dimensión sobrecogedora en las imágenes de esas fotos. Al mismo tiempo, en Tucumán se hallaron los restos de Guillermo Vargas Aignasse, un senador joven y talentoso, que practicó la política y no la violencia, asesinado cruelmente en los primeros días de la última dictadura.
Esos recuerdos amargos del pasado deberían revalorar los casi 30 años de democracia argentina. La política ha preferido, en cambio, llevar la calidad de la democracia a su peor nivel desde 1983. La decadencia democrática acusa a la dirigencia política y social, pero también interpela a una sociedad peligrosamente distraída..